El problema es que creemos existir. Creemos que nuestras palabras son algo sólido y permanente que se queda pegado a nosotros para siempre. Sin embargo esto no es verdad. Nosotros escribimos en el instante presente. Observémonos. Nosotros cambiamos continuamente. Es una grandísima oportunidad. En cualquier momento podemos abandonar nuestra rígida personalidad, nuestras viejas ideas y volver a empezar. He aquí l...
Las aguas que le rodeaban se iban hinchando en amplios círculos; luego se levantaron raudas, como si se deslizaran de una montaña de hielo sumergida que emergiera rápidamente a la superficie. Se intuía un rumor sordo, un zumbido subterráneo... Todos contuvieron el aliento al surgir oblicuamente de las aguas una mole enorme, que llevaba encima cabos enmarañados, arpones y lanzas. Se elevó un instante en la atm...
Íbamos para todo lo que necesitábamos. Cuando teníamos sed, claro, y cuando teníamos hambre y cuando estábamos muertos de cansancio. Íbamos cuando estábamos contentos, a celebrar, y cuando estábamos tristes, a quedarnos callados. A buscar amor, o sexo, o líos, o a alguien que estuviese desaparecido, porque tarde o temprano todo el mundo se pasaba por allí. Íbamos, sobre todo, cuando queríamos que nos enc...
Nuestra sociedad ha construido tres firmes racionalizaciones culturales para justificar y defender la agresión verbal y física: El culto al «macho», la glorificación de la competitividad y el principio diferenciador de los «otros». Estas tres disculpas o pretextos para la violencia tienen profundas raíces en la tradición y reflejan valores muy extendidos en nuestra época.
Las semillas de la violencia.
...
Y, pues, amado Pangloss —le dijo Cándido— cuando se vió usted ahorcado, diseccionado, molido a palos y remando en galeras ¿Acaso seguía pensando que todo marchaba a la perfección? Sigo siempre en mis trece —respondió Pangloss— pues que al fin soy filósofo y un filósofo no se desdice nunca, pues que Leibniz no se engaña y la armonía preestablecida es, por otro lado, la cosa más bella del mundo, no ...
Me habían aconsejado que dijera lo que pensaba en voz alta en lugar de quedármelo dentro, pero yo decidí escribirlo. Eran las cinco de la mañana y oía a Rory ladrando a las ranas del estanque. Cogí un bolígrafo y probé a anotar lo que pensaba. Lo que salió del bolígrafo y quedó sobre la página fueron más o menos todas las cosas que no quería saber.
Cosas que no quiero saber. Deborah Levy.