Me encanta la idea de que la intervención profesional deba regirse por el principio de intencionalidad, el primer principio que expone Sela B. Sierra en sus diez principios del trabajo social. El principio de intencionalidad dice así: Toda acción debe estar intencionalmente dirigida a transformar la realidad social, desde una perspectiva humana y liberadora. Yo suelo estirar el principio de intencionalidad (debe ser por mi pseudo-conocimiento sobre teoría sistémica) tratando de aplicarla a cada una de las acciones que desarrollo en mi trabajo diario, desde el modo de llamar a la gente para que entre al despacho hasta la hora de realizar una visita domiciliaria.
El principio de intencionalidad del que hablo me empuja, en esta entrada, a atentar contra la visita domiciliaria. Al menos, tal y como se entiende conmúmente, es decir, como LA TÉCNICA, la herramienta que proporciona un marchamo de diferenciación y proximidad al trabajo social, la bandera del trabajo social genuino, auténtico, junto con la bandera de la calle (eso para otra entrada).
En primer lugar, discrepo de la concepción de la visita domiciliaria como una técnica per se. En las visitas a domicilio desplegamos técnicas: la entrevista y, sobre todo, la observación. Nos adentramos en un lugar especial porque, a diferencia de nuestro despacho, los olores, colores y sensaciones nos son extraños. Son los colores, olores, temperaturas y sensaciones del otro. Jugamos, por usar un símil deportivo, fuera de casa, con toda la carga simbólica que ello supone. O debería.
El hogar es el espacio más íntimo del ser humano y por lo tanto la observación del mismo nos proporciona información, es obvio. Pero no sólo a nosotros, los trabajadores sociales. También a enfermeros, educadores, integradores sociales, médicos y un largo etcétera de profesionales que también realizan visitas a domicilio. Hago esta apreciación para constatar algo evidente, que la visita a domicilio no es exclusiva del trabajo social. Ni excluyente.
Esto me lleva a la segunda consideración errónea, en mi opinión: los trabajadores sociales REALIZAN visitas a domicilio. Por narices. He llegado a escuchar a mis alumnas de preparación de oposiciones decir que siempre hay que realizar una visita a domicilio porque somos trabajadores sociales y los trabajadores sociales realizan visitas a domicilio. Antes de ofrecerles una explicación más técnica, suelo responderles que desde ese punto de vista las trabajadoras sociales de prisiones no son trabajadoras sociales porque no realizan visitas a domicilio. Ni siquiera van al chabolo de las personas internas, que podría entenderse como el domicilio actual. Se supone que entonces no hacen trabajo social.
Por otra parte, la perspectiva del hacer por hacer, o más concretamente, de ir a los domicilios porque sí, me recuerda a la serie Manos a la Obra, en la que no sé si Manolo o Benito decía en cada episodio ¡si hay que ir, se va, pero ir por ir...! en una mezcla de pragmatismo y vagancia cañí costumbrista que arrancaba carcajadas a media España.
Y es que tenían razón los jodíos. Si hay que ir, se va, pero ir por ir, no. Al menos yo no incluyo la visita domiciliaria en el paquete básico. El domicilio es, como decía más arriba, un espacio demasiado íntimo como para tomármelo tan a la ligera. Muchas veces comentamos mis compañeros y yo cómo nos sentiríamos si un trabajador social acudiese a nuestro domicilio de la forma en la que muchas veces lo hacemos: a horas intempestivas (familias con cuchara en mano), sin avisar, casi sin pedir permiso para entrar, recorriendo la casa a toda velocidad, no quiero ni siquiera pensar en la posibilidad de abrir un frigorífico. Mi compañera conserje, que es mú rajá suele decir ¡yo te mandaría a la mierda! Y haría bien.
El no avisar ¡Horreur! Directamente. O sea, no. Me parece un atentado contra el respeto a los demás. Y si no debemos avisar porque se trata de casos muy concretos en los que hay que hacerlo así, en mi opinión deberíamos avisar-de-que-no-avisamos, es decir, sentar a la persona en el despacho y explicarle que vamos a ir a su domicilio sin avisar por tal o cual razón. Lo demás yo lo descarto directamente, a menos que se trate de un caso de alto riesgo y haya enviado citaciones varias sin ningún éxito. O lo contrario, que se trate de una familia con la que tenemos muchísima confianza. Si y solo si.
¿Quiero decir con todo esto que no tengamos que hacer visitas a domicilio? Claro que no. Lo que trato de señalar, para finalizar, son tres ideas: la primera es que la visita a domicilio está sobrevalorada, la segunda es que la visita a domicilio tiene que seguir el principio de intencionalidad, es decir, que debe estar suficientemente fundamentada desde el plano metodológico, o dicho de otra manera, debe perseguir una intención muy concreta, y la tercera y última es que no es, en ningún caso, seña de identidad profesional. Si lo fuese ¡menudo armazón epistemológico el nuestro!