5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
30 de septiembre de 2024 / 4 Comentarios
Me molesta leer que las trabajadoras sociales escribimos poco, así, sin más matiz ni más análisis. Este es uno de los muchos lugares comunes que deberíamos desterrar de nuestras narraciones profesionales si queremos avanzar.
Y es que cada vez se escribe más sobre trabajo social. Se van publicando un número creciente de libros y cada dos por tres aparece una nueva revista sobre trabajo social en nuestro país.
Es más, me sorprende el reciente interés de los colegios profesionales pequeños por editar sus propias revistas con la dificultad que entraña sacar cada número adelante. Sería más realista que los colegios se agruparan entre sí, sin embargo no deja de ser una magnífica noticia el notable aumento de revistas profesionales, prueba de que lo que digo es cierto.
Sea como fuere, hoy no pretendo abordar la escritura sobre trabajo social sino la escritura en el trabajo social —una diferenciación que siempre hago en mis cursos de escritura—. Dicho de otro modo, quiero compartir contigo una reflexión sobre el papel de la escritura en el desempeño profesional diario.
Si trabajas en servicios sociales de atención primaria, te pregunto ¿Cuándo redactaste tu último informe social? No me refiero a un informe para el bono social eléctrico o una comunicación del PRAI, por poner algunos ejemplos. Hablo de un informe social en el sentido científico —y restrictivo— del término. Seguramente hace tiempo.
Los informes sociales han sido sustituidos por papelicos. Decenas y decenas de papelicos de certificación de pobreza con apellidos: Pobreza energética, pobreza alimenticia, pobreza menstrual... Ya ves tú, como si la pobreza menstrual o la pobreza energética no fuesen una consecuencia de la pobreza a secas. En mayúscula.
Está bien que los papelicos sean sencillos de cumplimentar. La pléyade de papelicos a rellenar para otras administraciones tiene a las compañeras enterradas en burocracia. La última vez que contabilicé el número de papelicos diferentes que tramitan me salieron casi treinta.
Es, por tanto, de agradecer a las compañeras y compañeros del servicio provincial que traten de facilitar su cumplimentación y de incluir la menor información posible de las familias teniendo en cuenta para lo que son. Eso está claro.
La comodidad del papelico esconde el hecho dramático de que cada vez es menos necesario que la trabajadora social escriba ¿Para qué? A ninguna administración le importa un pimiento conocer los problemas que llevan a una familia o a una persona a la precariedad o, peor, a la exclusión. Menos aún la interpretación que la profesional hace de la situación y de sus posibilidades de mejora porque las administraciones no creen en las capacidades de estas familias. Prueba de ello es la desaparición de los indicadores de resultado en favor de los indicadores de desempeño, como expliqué hace tiempo. Lo importante es cubrir el expediente. Si tras ser intervenidas las familias no han salido del pozo es su problema.
Desde luego que es su problema, habida cuenta de que la protección social existente en nuestro país es ridícula y los programas e instrumentos contra la exclusión, infames. Instrumentos tradicionales como el PRISO se han convertido en meras herramientas de control. Porque aquí la prioridad es que los pobres ganen la subsistencia con el sudor de su frente ¡Dinero gratis, no, qué barbaridad! El dinero gratis es para los ricos vía eliminación de impuestos. La desigualdad social no es, para el capitalismo, una lacra a erradicar sino un fenómeno a gestionar.
España lleva años y años sufriendo una hemorragia: El trasvase de obscenas cantidades de dinero a las grandes fortunas ante la indiferencia de la mayoría social, esa misma que se echa las manos a la cabeza si se nombra la Renta Básica, un dinero ¡que todos cobraríamos!
Las prestaciones condicionadas como la RMISA o el IMV constituyen un vergonzoso ejercicio de cinismo de las administraciones españolas. El partido político que se haya rebelado contra ellas que levante la mano. Porque ningún partido, repito, ningún partido tiene una hoja de ruta progresista (y republicana) de política social. No digamos de servicios sociales...
De aquellos polvos estos lodos: el diagnóstico social está quedando en el recuerdo de quienes peinamos canas. Como bien decía la compañera Izaskun Ormaetxea, es una muestra de que está en juego la identidad y pervivencia del trabajo social como disciplina científica.
El papelico es, asimismo, un síntoma de la desprofesionalización que está viviendo el trabajo social español, no solo en servicios sociales. Seamos sinceras, nuestro rol no es trabajar con las personas en sus malestares (para lo cual se necesitaría comprender esos malestares). Nuestro cometido es certificar pobreza, gestionar miseria y tramitar un derecho, ayuda a la dependencia, que nunca llega. El diagnóstico social ha muerto. Larga vida a la casilla de verificación y al campo memo ¡Larga vida al papelico!
4 Comentarios
¡ Hola, Belen¡
El papelico nos quita la ilusión y en atención primaria es el único encargo, y si para tener derecho a los diferentes bonos, ayudas y demás cosas que se les ocurran…las personas necesitan el papelico , pues irán a servicios sociales para que se lo demos, es donde los han mandado.
De cómo gestionemos ese encargo dependerá nuestra apariencia y la ciudadanía nos verá cómo profesionales de la ayuda o cómo profesionales del control..
Hannah Arendt decía que “ un mundo sin apariencias es inconcebible, la apariencia es lo que mueve al hombre a dar sentido a las cosas”. De nosotras, como profesionales depende el sentido que queremos tener como profesión.
Un abrazo. Cheli
¡Hola, Cheli, te echaba de menos!
Qué bonita la reflexión que has compartido de Hanna Arendt ¡Me encanta!
Un abrazo.
Una vez más, gracias, Belén por tus reflexiones en voz escrita…
Creo que es cierto que los papelicos le son suficientes al sistema (de reparto) porque no interesa con quienes trabajamos, quienes son, en qué situaciones se encuentran, cómo las viven, a quienes afectan, desde cuándo, que iniciativas o propuestas han tenido y qué ha ocurrido, en qué podemos colaborar, etc.
Recolectar datos [en lugar de contrastar o generar información], medir y evaluar necesidades, [en lugar de re-construir historias…] , mediante inventarios u otros instrumentos que agrupan variables. Son estrategias útiles a los sistemas de servicios públicos.
Cuando dices que el diagnóstico social ha muerto… En cierta medida pienso ¡bien muerto está!
Bien muerto está ese diagnóstico elaborado por profesionales expertas en las vidas ajenas… es decir, cuando desde nuestra atalaya nos atrevemos a traducir las palabras ajenas y las cambiamos a nuestra jerga, porque hacemos trampa, pues supone tomar palabras ajenas como contenido propio para desdecirlas y remendarlas hasta hacerlas coincidir con lo nuestro, con nuestras palabras en “idioma experto”.
Una cosa es que las administraciones y los sistemas de servicios sociales “implementen “instrumentos” – papelicos- de valoración de riesgos y situaciones de exclusión, elaborando indicadores de medida concretos que obedecen más a necesidades del Servicio y de sus presupuestos, otra cosa es trabajo social.
Elaborar informes sociales o diagnósticos colaborativos, participados es otra cosa, creo y seguro que tú también…
Un abrazo amiga
¡Qué maravilla lo de dar por muerto al diagnóstico clásico!
Estoy de acuerdo con todo lo que planteas…
Un besote.