5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
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El blog de Belén Navarro
27 de mayo de 2024 / 0 Comentarios
Confieso que me he reído mucho con algunas personas atendidas a lo largo de mis años de desempeño profesional. Aún lo sigo haciendo a pesar de haber (casi) abandonado la atención directa. Incorporé desde el principio el humor a mi ejercicio porque no entiendo la vida sin humor ni optimismo. Al margen de sus posibilidades durante la relación profesional, me río mucho con ciertos desvíos del lenguaje de la ciudadanía. De ello trata la entrada de hoy.
Podría haber comenzado esta entrada diciendo directamente que no hay que comentar nada de las personas que atendemos o que no debemos reirnos de ciertas cosas. No lo haré porque no predico con el ejemplo y porque el humor, bien gestionado, además de una herramienta terapeútica es una válvula de escape para las profesionales.
Sin embargo también opino que el humor es una cosa seria que debe emplearse con mucho cuidado y por encima de todo con mucho respeto. Yo planteo tres reglas rudimentarias sobre el humor en el desempeño profesional. La primera, que la persona de alguna forma te haya dado permiso durante las interacciones para poder introducir el humor.
Las dos siguientes se refieren concretamente a bromear sobre esos desvíos del lenguajes que traigo a colación. La segunda regla es, pues, que la persona sea partícipe de la risa. Tercera, si se comenta entre compañeras que se limite a la intimidad de la oficina. Y, sobre todo, sobre todo, que se describa la anécdota (dentro y fuera del trabajo) como un producto de las capacidades de la persona. En ningún caso admito chanzas sobre incompetencias o supuestas inculturas. Esto me parece lo más importante, de hecho es de lo que trata el artículo, antiguo, que traigo.
La clave para saber si estamos siendo respetuosas es imaginar que la persona objeto de las risas nos está escuchando. Yo esto lo llevo a rajatabla, lo digo de verdad. Por otra parte, del mismo modo que gasto bromas y me río con los desvíos del lenguaje ajenos acepto de buen grado las guasas dirigidas a mí.
Puedo asegurar que me gastan bromas. La semana que viene dedicaré la entrada a poner varios ejemplos de desvíos del lenguaje y bromas dirigidas a mi persona. De otra manera no es admisible. No soporto a profesionales que gastan bromas pero no las encajan. No puedo con esto. Me revienta. Mejor dicho, me revientan. Prefiero mil veces relacionarme con las delincuentes del lenguaje, esas a quienes algunas y algunos profesionales miran por encima del hombro. Personas con las que, por cierto, tales profesionales usan un falso colegueo carente por completo de ética profesional.
Porque el humor es, como digo, una cosa seria y me interpela, hace tiempo que llevo queriendo escribir sobre el tema al hilo del artículo que abre esta entrada. Se titula Homenaje a la delincuencia: Prácticas orales desviadas en los servicios sociales. Lo escribe Sergio García García en la revista del consejo. Dice allí:
¿Pobrecitos? Nuestro queme profesional procede de una frustración severa al percatarnos, desde el primer día de trabajo, que no son tan pobrecitos. Nos engañan, malgastan las ayudas, acuden a las citas cuando les da la gana e, incluso, a veces nos amenazan: son unos delincuentes. ¿Delincuentes?: sí, no pobrecitos.
Michel de Certeau establece una distinción entre el uso y el estilo: mientras que el primero es la forma de utilizar, por parte de los de abajo, lo que viene dispuesto desde arriba, el estilo consiste en la reapropiación y resignificación que esos “usuarios” efectúan con lo recibido. Nuestros usuarios no sólo usan los servicios sociales: los adaptan a sus necesidades y crean con ellos cultura.
Sergio describe en su artículo seis desvíos del lenguaje apoyándose en las teorías de Michel de Certeau. La denominación a quienes usan estos desvíos como delincuentes del lenguaje me encanta. Finaliza el artículo (que deberías leerte) con un párrafo magistral:
Ser cómplices de los actos delictivos, partiendo de que constituyen algunas de las tácticas posibles de supervivencia material y cultural en un sistema de control social diseñado por las estructuras de poder en las últimas versiones del capitalismo (de consumo y de ficción), o denunciar esas conductas por constituir una amenaza creativa al cumplimiento de los objetivos de dominación, son los dos extremos de un continuo de posiciones que van desde la “ayuda” al “control” (a falta de palabras “más precisas” para nombrarlo).
Ahora que ya sabemos que no son pobres víctimas, sino delincuentes, ¿qué hacemos? Carezco de una respuesta para esta pregunta, pero espero que en la identificación de los márgenes de autonomía de quienes presuponemos que no las tienen, y de nosotras mismas, se pueda gestar una reflexión acerca de nuestra posición ético-política en el trabajo social (¿Para quién trabajamos?) y de nuestra contribución al empoderamiento real de las personas con las que “hacemos” trabajo social.
Amén.
¿Tú que opinas?