5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
14 de mayo de 2024 / 4 Comentarios
Cada vez que acudo a la Universidad de Almería a dar alguna charla el alumnado me formula dos preguntas concretas que se repiten una y otra vez. La primera es si las profesionales deberíamos denunciar a un agresor cuando una víctima de violencia machista tiene hijos y se niega a hacerlo. Mi respuesta suele comenzar con un incómodo depende. Y a la gente no le gusta la palabra depende (excepto si es de Galicia, claro).
La segunda pregunta se refiere a vivir en el mismo sitio donde se trabaja, concretamente si es deseable o perjudicial. La mayoría del alumnado piensa que es perjudicial y además me dicen que gran parte del profesorado les recomienda que no lo hagan. Voy a optar por creer que en realidad ese profesorado en cuestión no ha querido decir eso.
Escribía en la entrada titulada El buen vivir: Cuando leo frases del tipo “el trabajo social junto con las comunidades” tengo la sensación de que somos un cuerpo extraño que se introduce en un lugar ajeno. Quizá es que como vivo donde trabajo y no tengo que introducirme en ningún sitio me considero parte de la comunidad. Voy a dedicar la próxima entrada a este tema porque tiene su miga.
Finalmente no escribí esa entrada porque otras cuestiones captaron mi atención, pero la pregunta sobre vivir donde se trabaja quedó pendiente. Asimismo otro asunto al que llevaba tiempo dándole vueltas: Un cierto rechazo observado en compañeras y compañeros a dar información sobre su propia vida a las personas que atienden. Ambos temas, relacionados a mi juicio, quedaron aparcados en mi archivo mental hasta que publiqué el post de la semana pasada: Fronteras morales.
Al acabar la entrada sobre fronteras morales me preguntaba si el fenómeno de la exclusión moral tendría que ver con estas observaciones mías sobre no vivir donde se trabaja o no dar detalles personales a las personas atendidas. Después de un buen rato me di cuenta de que la exclusión moral no explica ninguna de estas dos cosas.
Creo (porque carezco de evidencia científica que lo sustente) que estas actitudes responden más a un fenómeno que he dado en llamar bunkerización emocional. En su día escribí una entrada llamada Bunkerización en la que decía lo siguiente:
La introducción creciente de los vigilantes de seguridad en las administraciones es una muestra más del proceso creciente de bunkerización que se está produciendo. El ejercicio público, en general, cada vez es más defensivo y menos proactivo. Más centrado en los medios y menos en la misión. En palabras de Philip Alston, aquejado de una mentalidad burocrática que permite a las autoridades eludir su responsabilidad, autoridades que valoran más el formalismo que el bienestar de las personas. La COVID 19 y el auge de la administración electrónica han puesto la puntilla.
Tengo la sensación de que ante un desempeño profesional cada vez más tensionado, muchos profesionales estamos desarrollando un proceso de bunkerización emocional con el propósito de protegernos psicológicamente. No querer vivir donde se trabaja o no querer facilitar información sobre nuestra vida podrían ser síntomas de que muchos compañeros y compañeras se protegen como pueden.
No se me escapa que hay personas que o bien prefieren desconectar, o bien otorgan mucha importancia a su propia intimidad, o ambas cosas. Sin embargo opino que esto de la bunkerización emocional también tiene que ver, sobre todo porque observo un celo creciente a mi alrededor por colocar un muro defensivo ante la ciudadanía. Además, en cada vez un mayor número de compañeras y compañeros. ¿Quiero decir con ello que haya que vivir donde se trabaja o contar nuestra vida a las personas que atendemos? No.
Quiero decir que esta actitud es en gran medida consecuencia del sistema en el que nos está tocando trabajar. Muchas compañeras y compañeros están al borde de la baja, otras ya lo están; algunas están indignadas y la gran mayoría resignadas. Cada vez más gente piensa en marcharse. Y, en definitiva, cada cual se maneja como puede ante la insoportable presión asistencial y el tipo de ejercicio que nos toca realizar. Sea a través de la bunkerización emocional, los ansiolíticos, las dos cosas o el yoga (si se puede elegir, mejor el yoga).
Se podría argumentar que hay profesionales que simplemente son así, defensivos, reactivas... Sin embargo yo, como trabajadora social que soy, estoy convencida que todo el mundo puede cambiar, incluyendo otras trabajadoras y trabajadores sociales. Creo firmemente que detrás de alguien resignado, cansado, agotado hubo o se esconde un buen, una buena profesional. O un proyecto de ello. Por eso me duele ver a tanta gente cundiendo al desánimo.
Cuando te reconoces como un igual —con sus virtudes y sus defectos— frente a la persona que estás atendiendo y la miras directamente a los ojos siembras las semilla del vínculo. Al iniciar una relación profesional profunda y honesta te expones, aunque no des detalles de tu propia vida ni vivas donde trabajas. Y vivir donde se trabaja tampoco es garantía de un mejor desempeño, por supuesto (aunque confieso que yo lo prefiero para mí).
No tengamos miedo a exponernos, a abrirnos ¡De verdad! Dice Miren Ariño que urge cambiar los monólogos de la certeza por la incertidumbre del diálogo. Solo así podremos adentrarnos en la aventura de descubrir al otro.
Toda aventura implica riesgos y la relación de ayuda (o de colaboración, como también diría Miren Ariño) lo es. Lo importante es vivirla de la mano de las personas atendidas, de sus familias, de nuestras compañeras, en equipo... Ellas son nuestras mejores aliadas en este apasionante viaje que no deberíamos permitir que el sistema nos robe. Y a ese sistema, pues que le den... ¡Que le den!
PD. El 7 de junio estaré en Vitoria en unas interesantísimas jornadas sobre supervisión que puedes bichear aquí. También se retransmitirán en streaming...
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Y lo peor es cuando esa distancia emocional que genera desvinculación total se justifica por el contexto profesional y se da por hecho que es lo correcto y lo inevitable. Y se construye un clima y un universo donde el/la profesional pasa por encima de la relación y la persona atendida, que se alguna manera capta aunque no siempre la haga consciente, disimula cómo si de verdad hubiese recibido lo necesario. Y todos así asumimos y mantenemos un «Show de Truman» que deriva en ocasiones en situaciones esperpénticas.
La imagen elegida, Belén, que si me paro a observar veo que son archivos alineados para mí son el pasillo y las celdas con las que tan familiarizada estoy. Así que todo alineado.
Gracias compañera.
Solo puedo decir que estoy taaan de acuerdo con tu reflexión. Me enerva este tipo de profesional, a la que llamo «colaboracionista». Lo explicaré en próxima entrada, si me da tiempo, ya que este blog está a punto de cerrar por vacaciones.
Un abrazo, compañera.
Buenas noches, Belen
¡Que entrada más bonita! Hay veces que lo más importante y lo que siempre podemos y sabemos hacer es escuchar con atención respetuosa los relatos que nos cuentan en primera persona del singular o del plural. Ordenar la narrativa de la situación, porque los procesos vitales más que certezas tienen tantas lecturas como personas.
Belen, ahora estoy con un tema más prosaico, el “Programa Básico” y me acuerdo mucho de tu entrada, ya no le llamo ni tarjetas, ja, ja, ja…quien me ha visto y quien me ve.
Un abrazo y que el sistema no nos robe las ganas, aunque a veces cuesta.
Cheli
Muchas gracias, Cheli.
Claro que cuesta. Mientras escribo este comentario descanso de una reunión en la que he tenido que hacer soporte emocional a dos trabajadoras sociales agotadas. Es duro, por eso mismo tenemos que desplegar nuestras mejores destrezas y nuestra mayor calidez; solo ellas nos salvarán del hastío y del desánimo.
Un abrazo.