5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
1 de abril de 2025 / 8 Comentarios
Nunca escribo sobre infancia en este blog. Suena paradójico porque me encantan los niños. De joven viví intensamente la infancia de mis dos sobrinos, Quique y Elena. Ya son adultos, así que disfruto con ellos de otro modo y ejerzo de amiga infantil con la chiquillería de mis amigas jugando en la playa, contándoles cuentos, diciéndoles adivinanzas o comprándoles chucherías. Me encanta observar sus caras de satisfacción viendo la indignación de sus madres que me han exigido cinco minutos antes que no les compre nada. Tengo muy presente mi propia niñez y entiendo bastante bien a quienes transitan esta etapa con, digamos, rebeldía. La infancia y la adolescencia no son fáciles.
Como trabajadora social he intentado relacionarme lo menos posible con niñas y niños de familias con problemas. Opino que la interacción profesional directa debe producirse solo si es estrictamente necesaria. Me horroriza la ligereza con la que algunas y algunos profesionales acuden a los centros docentes a entrevistar a menores. De hecho en el pasado he discutido con algunos compañeros por este asunto. Afortunadamente el equipo con el que actualmente trabajo sabe discriminar.
Una de mis primeras iniciativas como directora fue crear un rincón infantil en el centro de servicios sociales para que las niñas y niños que acuden puedan jugar mientras sus padres están siendo atendidos. No es una idea original, pero sí efectiva. A menudo oigo las risas de la auxiliar administrativa pues el rincón infantil se encuentra dentro de su amplio despacho. Cuando escucho voces infantiles suelo pasarme y estar un ratito allí conversando con la personilla ocupante de nuestro pequeño oasis.
Esta semana hemos vivido un episodio violento en la que se han visto envueltos unas personitas menores. Ha sido tan doloroso que nos ha abierto en canal. Cuando todo acabó la educadora social entró a mi despacho, se dejó caer en la silla de confidente y me dijo con gesto de cansancio: "Belén, esto es, con diferencia, lo peor de nuestro trabajo. No me acostumbro...". Asentí con tristeza porque yo me sentía igual.
Los momentos más dolorosos que he vivido como trabajadora social han estado protagonizados por menores: Una muerte y dos retiradas. La muerte de una niña, de un niño es una tragedia tan desgarradora como injusta. Fui incapaz de derramar una sola lágrima. Me senté en el despacho con la mirada perdida pensando que el mundo era una mierda y yo también.
En las retiradas es un poco distinto ¿Verdad? La impotencia te corroe las entrañas: Si pudiéramos haber trabajado un poco más, si la madre hubiese hecho esto o el padre aquello... Si, si, si... Pero la realidad es que no. Y se llevan a los niños. A veces sin espacio ni tiempo para coger esa muñeca o ese libro de Harry Potter a medio leer.
Creo que las personas ajenas a nuestro sector no son conscientes de lo traumático que resulta para las niñas y niños que los arranquen de los brazos de sus padres, por muy negligentes que éstos puedan ser (o parecer). Tampoco creo que se hagan una idea de la devastadora sensación de fracaso que las profesionales experimentamos.
En estas situaciones el miedo se nos incrusta en el pecho. Miedo a la reacción de los padres, miedo a equivocarnos, miedo a las repercusiones legales y mediáticas... Miedo. Un miedo que a veces paraliza. Que nos ciega. Que tiene la capacidad de arrasar con todo y hace casi imposible actuar con racionalidad.
En dosis justas el miedo, como tantas otras emociones, es necesario. Más allá, el miedo es el peor compañero de viaje profesional. Yo tengo mucho miedo a ese miedo porque si te atrapa te catapulta hacia el desastre. Todo lo vivido esta semana me ha impulsado a investigar sobre el miedo. Necesito saber más.
La semana pasada escribí sobre la polémica generada con la publicación del libro sobre José Bretón y propuse a dos compañeras que hiciesen lo propio. Inma Asensio, experta en ética, hizo un estupendo análisis ético del tema y Cristina Filardo, en su blog Optimismo reincidente, ha escrito una entrada preciosa, titulada El poder de las palabras. Gracias, compañeras.
Por cierto, el dibujo que abre esta entrada es un retrato que me hizo mi sobrino Quique con ocho años. Se titula El trabajo de Belén...
8 Comentarios
Hola, llevo años trabajando en equipo de intervención familiar, y es cierto que el trabajo con familia e infancia mueve muchas emociones, y entre ellas el miedo; miedo ante la toma de decisiones, miedo ante las reacciones de los progenitores, …
Y el miedo también es sentido por las propias madres, que cuando acuden, incluso voluntariamente, lo verbalizan «no quiero que me quiten a mis hijos», no sé si son las malas lenguas que les dicen «ten cuidado con las asistentas», las películas de antena 3,… y eso me entristece mucho.
Gracias Belén por el ar´tículo y te recomiendo que escuches la canción de Pedró Capó «Miedo» de su albúm Carretera.
Es de valientes reconocer el miedo. Canción escuchada, es muy bonita.
¡Un abrazo!
Impresionantes y clarividentes las aportaciones de Cristina Fallardo e Imma Asensio. Gracias infinitas a ellas y a ti por habernos acercado tan importantes reflexiones. Gracias.
Son unas máquinas las dos ¡Un abrazo!
Trabajar con menores requiere una mirada curiosa, cuidadosa y prudente.
El sistema de protección actual está obsoleto y los profesionales que trabajan en el ámbito necesitan de formación y supervisión pero también requiere manejar el respeto y la prudencia hacia estas personas usuarias más vulnerables con derechos y obligaciones reconocidos en distintas legislaciones pero que en ocasiones siguen siendo invisibilizadas porque se consideran que no aportan -ni voto, ni valor económico-.
Me parece básico no intervenir sin una buena planificación, ya que en ocasiones se sigue priorizando los tiempos de los adultos y los profesionales (visión adultocentrista) frente lo de los/as niños/as y adolescentes.
Todo lo que se pueda hacer a través de los adultos dejará menos huella y la preservación familiar es fundamental pero requiere de programas y profesionales que arropen las diferentes casuísticas.
Por otro lado el cuidado de recursos como acogimiento -tanto familiar como de familia ajena-, adopción, centros residenciales, etc…requieren una supervisión continúa y el trabajar con los chicos/as desde una perspectiva integral en el que su origen y su familia son un pilar fundamental.
Miedo en nuestro trabajo nos puede dar muchas situaciones, en mi caso que ha pasado de infancia a mayores, en ambos extremos la vulnerabilidad es mayor, y en ambos casos como bien dice la compañera, no quiero dejar que el miedo me paralice, deseo seguir trabajando y poniendo todo de mi parte para aunque sea un pequeño grano de arena sea motor de cambio.
No soy ni especial ni diferente porqué se que muchas de mis compañeras se esfuerzan y trabajan para que siga siendo así día a día. Que importante para todo esto tener ese equipo en el que poder apoyarse, hablar y seguir teniendo esa ilusión por seguir haciendo las cosas de forma adecuada.
Gracias Belén por poner tantos matices en tus escritos para que reflexionemos…
Y siempre ánimo equipo !!
Hola, Emma, muchísimas gracias por compartir tu punto de vista, que suscribo. Lo del adultocentrismo es que es tremendo, efectivamente.
El blog de Paco Herrera aborda todos estos temas…
https://blog.pacoherreroazorin.com/
Un abrazo.
Gracias de nuevo Belén, es cierto que cuando el miedo nos paralíza, destruye nuestra libertad y ciega nuestro sueños .
Un abrazo y muchos ánimos a todo el equipo!!!
¡Gracias, amiga!