5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
9 de septiembre de 2024 / 14 Comentarios
El pasado 4 de septiembre el colegio de trabajo social de Asturias emitió una nota de prensa. Denunciaban la agresión a una trabajadora social del centro de servicios sociales de El Foco (Avilés). Quiero comenzar esta entrada sobre agresiones lanzando un mensaje de solidaridad y cariño a la compañera agredida.
Estos incidentes son horribles porque a la agresión se suman las secuelas psicológicas que en la mayoría de los casos no llegan a desaparecer. Por desgracia las agresiones son una lacra en muchas profesiones y sectores, como el sanitario.
He querido aprovechar la noticia para hacer una reflexión sosegada sobre las agresiones en servicios sociales. La compañera asturiana África Preus en sus redes sociales decía: Son necesarios análisis en profundidad y no noticias sensacionalistas y morbosas en los medios de comunicación. Tomo la palabra y me propongo escribir sobre agresiones en dos entradas, esta es la primera.
En el pasado número de la Revista de servicios sociales y política social escribí un artículo. Se titula El escorpión o la rana: Pasado, presente y futuro en la relación entre el trabajo social y los servicios sociales. Allí desarrollé la tesis que vengo defendiendo desde hace un tiempo: El encargo que se nos asigna nos está abocando a lo que Josefa Fombuena denomina trabajo social imposible. Me explico.
En servicios sociales nos estamos dedicando a paliar deficiencias de otros sistemas y a tramitar prestaciones para la subsistencia (aparte de la gestión de la dependencia). Estas prestaciones son raquíticas, difíciles de tramitar y atravesadas por el merecimiento.
Además están diseñadas partiendo de que las averías individuales como la pobreza se deben en el mejor de los casos a problemas particulares y en el peor a la vagancia y la pasividad de estas personas.
Por ello a las trabajadoras sociales nos encomiendan controlar esas prestaciones y activar a sus beneficiarios. Lo importante es que si los pobres viven de papá estado al menos hagan algo, sea este algo útil o no. Las administraciones lo saben, pero no les importa.
Este encargo perverso nos aprisiona entre la función de ayuda y control de pobres. De este modo se convierte en un ejercicio imposible que conduce a un trabajo social imposible. Para las personas en procesos de exclusión las profesionales somos el brazo ejecutor de programas altamente burocratizados cuya tramitación es un via crucis.
Según la mayoría social somos indulgentes con quienes no quieren esforzarse. Lo que piensa mucha gente es que mantenemos a personas que no quieren trabajar y ocasionamos un elevado gasto a las arcas públicas.
Esta idea se está instalando en el imaginario colectivo a una velocidad de vértigo y no viene de la nada. La ultraderecha se está encargando de difundir la idea de que los pobres son parásitos. Lo cierto es que existe un caldo de cultivo que facilita su propagación. Ojo con esto. La ultraderecha mantiene una campaña contra los servicios sociales y francamente creo que no le estamos prestando la suficiente atención.
Incluso personas españolas y blancas beneficiarias de nuestro sistema se quejan de que no reciben lo suficiente porque se lo llevan los moros y los negros. No parecen caer en la cuenta de que ellos forman parte de la escoria a la que la ultraderecha culpa de los males del país.
Voy a evitar entrar en la lamentable constatación de que hay cada vez más profesionales del sistema de acuerdo con los exabruptos de la mugre fascista. Me entristece y me indigna a partes iguales. Es devastador. Me supera. No lo soporto. Me limitaré a decir que estas personas no debieron estudiar trabajo social.
La mayoría de trabajadoras sociales de servicios sociales están viviendo el desempeño diario con un malestar creciente hacia lo insoportable. Este malestar combinado con la visión que se tiene del sistema y los procesos de desprofesionalización que estamos soportando no auguran nada bueno.
De aquellos polvos, estos lodos. El clima en casi cualquier centro de servicios sociales de este país está crispado. Las administraciones no cubren las bajas. Nuestras listas de espera para la atención individual son insoportables. Los recursos de dependencia se eternizan y las prestaciones económicas no llegan ¿Como no se van a producir agresiones? Lo raro es que no haya más.
Conclusión: Estamos solas, compañera. Cuanto antes lo asumamos, mejor. Ni está en nuestras manos cambiar el panorama ni (casi) ninguna administración va a acometer una reforma sustancial del sistema. Nadie va a mejorar nuestras condiciones ni las de la ciudadanía si no lo luchamos a base de huelgas y calle. Y no parece que estemos dispuestas a hacerlo.
Entonces ¿Podemos hacer algo para paliar el problema de las agresiones? Por supuesto. Estoy convencida de que atesoramos cierta zona de autonomía y margen de actuación que nos permite mejorar nuestro desempeño diario, las condiciones de atención a la ciudadanía y por ende abordar las agresiones.
La semana que viene te lo cuento.
14 Comentarios
Hace muchos años, un cura de barrio, Enrique de Castro, me contó que un chaval le había dado una bofetada y al ver nuestras caras de disgusto , nos explicó que él había maltratado a ese chico con sus palabras desde la posición de poder y el chaval (sin recursos personales) se había defendido. Sin justificar ningún tipo de violencia y con mi mayor solidaridad hacia la compañera, creo que debemos reflexionar sobre nuestra actitud como trabajadoras social ante las personas que acuden a nuestros centros.
El encargo es perverso y nosotras lo hemos asumido sin rechistar. Y sin rechistar me refiero a sin analizar el encargo (lo que implica para la ciudadanía, la profesión y la Sociedad). Sin alzar la voz más alla de ir al despacho de al lado o los ratos del café de forma quejicosas. Si no tenemos claro además que esos discursos actuales también hacen mella en nosotras. Cómo defender otros planteamientos en esas reuniones largas en las que nos dedicamos a «ver como sobrevivimos en esta maraña»?
la comunidad politica va cambiando (Presidentes, Ministros/as, alcaldesas, Concejalas/es).
Las que ya llevamos años de ejercicio, unas estamos cansadas de defender lo que no pertenece al sistema, Buenas prácticas, etc; otras, ni lo cuestionan. y las nuevas generaciones andan tan despistadas como nosotras y la ciudadanía. Estar alertas es cansado pero no creo que exista otro camino.
Gracias Belén por hacerte eco y ayudarnos a no permanecer en el letargo.
África, suscribo todas y cada una de tus palabras, especialmente «estar alertas es cansado pero no creo que exista otro camino.» Es así.
Un abrazo muy fuerte.
Precisamente eso (entre otras cosas) va en la próxima entrada… ¡Gracias por sacar a colación el elefante en la habitación!
Buenas tardes Belén, qué gusto volver a leerte!!
Estoy convencida de que «las islas saludables» en el contexto de los Servicios Sociales Básicos son posibles. Creo que hace falta que dediquemos un tiempo a pensarlas y a hacerlas reales: teoría, mirada apreciativa y reconexión con lo radical ( de raíces) del Trabajo Social, podrían ser algunas herramientas útiles.
Volviendo a tu entrada de inicio de temporada…. quizás toda esta imperfección, caos y cúmulo de desencuentros, ¡sean una fantástica oportunidad!
Muchas gracias por tus invitaciones a pensar, a dar cuatro vueltas a las cosas. Gracias por hacerlo con ese sentido del humor, marca Navarro, que cuida y reconforta.
Un abrazo maestra!
¡Hola, preciosa!
Gracias por comentar, me parece muy bonito esto de las islas saludables, de hecho te lo voy a robar la idea para la próxima entrada… Gracias también por tus cálidas palabras hacia esta sierva del trabajo social.
Un abrazo.
Buenos días,
totalmente de acuerdo contigo, Belén. Y con mi querida amiga África. Toda mi solidaridad a la compañera agredida.
¡Tenemos a África en común! Una gran profesional y una súper luchadora, sin duda…
Gracias por comentar.
Suscribo cada una de tus palabras querida Belén! Es un panorama desolador
Efectivamente, Cristina, lo es. Por eso es tan importante hacer lo mejor que podamos, por propio instinto de supervivencia. A ver qué os parece la próxima entrada…
Gracias por tu análisis. Es un regalo leerte.
Creo que todavía no nos hemos dado cuenta de que navegamos en un Titanic que ya se ha rozado con el iceberg, y mientras los músicos tocan,muchas personas piensan que ir en/ de primera hará que no les afecte el inminente hundimiento.(…es cierto que se «salvaron» más personas de esas dependencias, pero también es cierto que TODO el barco desapareció). Navegamos juntas, naufragamos juntas. Necesitamos todos los esfuerzos y a todas las personas para ser sociedad…hasta en Atapuerca han descubierto que los cuidados mutuos alargan vidas y cambian la evolución. Pero a ciertos sectores involucionistas les interesan los discursos sobre » ese tipo de gentes» enfrentadas contra » las buenas gentes» que sí o no merecen…lo que sea… Yo todavía no sé si finalmente descendimos de algo para ser realmente sapiens o seguimos más que un pelín neandertales…creo que estoy a punto de volverme al arbol a seguir comiendo manzanas. Animo y fuerza.
¡Bueno, bueno, bueno, como me ha gustado tu comentario! Es que me viene al pelo para una entrada que quiero escribir sobre el auge de la ultraderecha al hilo del libro «Imperfección, una historia natural»
¡Gracias por haberlo escrito, volveré al comentario muy pronto!
Completamente de acuerdo, Belén, pero la apatía se ha instalado en la profesión desde hace demasiado tiempo. ¿Cómo ponerse en marcha los y las que aún estáis activas?
Verás, yo creo que la apatía es una emoción generalizada no solo en el trabajo social, lo que ocurre es que nosotras ya éramos poco reivindicativas y por eso se nota más. Yo no creo que la profesión en su conjunto vaya a cambiar, lo que sí creo es que podemos contribuir a la proliferación de «personas faro» en el sistema, que puedan ser referentes para la gente joven. Yo desde luego es lo que intento hacer con este blog y fuera de ´él, con mis defectos, que son muchos.
Un abrazo.