5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
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El blog de Belén Navarro
15 de septiembre de 2025 / 0 Comentarios
Una de las muchas cosas que me han enamorado de Galicia es el humor. No sabía que la gente era tan graciosa. Me da mucha rabia conocer tan poco de Galicia, pero es que son mis antípodas españolas. En una de las formaciones que tuve el placer de impartir en esa tierra tan maravillosa, salió el tema de la queja.
En el pasado encuentro del blog, también salió el tema. Yo había articulado las mesas redondas en torno a tres ejes: Abandonar, mantener e incorporar. La queja fue el tema estrella en el apartado abandonar. Aproveché para contar una anécdota gallega: una alumna, creo recordar que Ágata, explicó al respetable que en su centro han montado un quejódromo. Que abren el quejódromo, se quejan todas ese rato y después siguen trabajando tan campantes. Se han prohibido quejarse fuera del quejódromo. A mí me hizo mucha gracia tanto la idea en sí como la forma de narrarla.
En mi centro también tenemos un quejódromo. El problema es que ese quejódromo se llama Mercadona. Son nuestros vecinos. Pared con pared, vaya. Un punto de droga nos han colocado al lado, así de claro, teniendo en cuenta que todas somos mujeres entre los cuarenta y los sesenta años con menopausias, ansiedades y mochilas emocionales de distinta índole.
Bueno, todas no. Ahora también hay dos hombres y la niña. La niña es la trabajadora social de refuerzo que suele mandar la Junta de Andalucía para tramitar la RMISA. Como cambian mucho porque les hacen contratos de seis meses no renovables y siempre son trabajadoras sociales jóvenes, nosotras directamente pasamos del nombre y le llamamos la niña porque somos así de inclusivas.
La niña, a diferencia nuestra, está delgada (igual que nuestros dos compañeros) porque no tiene cincuenta años ni la menopausia ni hijos adolescentes ni padres que cuidar ni unas ganas irrefrenables de mandarlo todo al carajo y jubilarse antes de tiempo. La niña está en la flor de la juventud, va al gimnasio y no come nada de lo que compramos para el quejódromo, lo que aumenta la inquina del resto.
La sesión del quejódromo comienza un día cualquiera a las doce de la mañana, una vez acabado el servicio de información. Una de nosotras, paso firme, mirada al horizonte y monedero en mano se dirige al punto de droga. Diez minutos después la compradora regresa con un arsenal de croissants, donuts (que en Mercadona se llaman berlinas) y galletas. Pega un grito y todas nos congregamos en la sala de juntas. Normalmente alguna de nosotras se ha puesto a dieta y protesta acaloradamente por la compra. Proclama enfadada que lo que deberíamos comer son plátanos, manzanas y esas cosas.
La compradora abre la sesión, cabreada perdida porque la Junta de Andalucía (siempre la Junta de Andalucía) ha pedido tal documento o no le cogen el teléfono o no le validan el expediente de dependencia o han denegado una subvención sin motivo ni razón. Yo me pongo en plan hooligan y al final acabamos todas tan cabreadas como la compradora de droga.
Otras veces el quejódromo tiene como protagonista a alguna de las personas que han atendido. En ese momento me toca calmar las aguas, matizar, moderar, templar... Mostrar la perspectiva del otro y recordar que estamos dentro de un sector cuyas políticas dañan a la gente y en la mayoría de las ocasiones nos colocan en una posición imposible.
O puede que simplemente se trate de alguien insoportable, entonces les recuerdo que ese alguien insoportable lo es en cualquier administración, no solo en la nuestra. Algunas explicaciones las doy más para la niña que para el resto, con la secreta esperanza de que cale el mensaje y no acabe siendo una profesional reactiva, por no decir pedorra.
Cuando las observo tan enfadadas por la negligencia de las administraciones me invade un orgullo difícil de explicar y se lo hago saber porque, lo he escrito muchas veces:
La rabia tiene una larga historia de propiciar cambios positivos. Y además de rabia, también tengo esperanza, porque creo firmemente en la capacidad de los seres humanos para reformularse a sí mismos para mejor.
Este es un fragmento del libro Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie, una escritora a la que admiraba en el pasado.
Una vez acabado el quejódromo, alguna pide a las compañeras con hijos que se lleven a casa los restos de droga, y nos levantamos de la mesa para seguir trabajando, haciéndonos a nosotras mismas la promesa de que la próxima vez compraremos plátanos, manzanas y esas cosas.
Dedicado a la gente de bien que se ha manifestado contra el genocidio de Israel al paso de la vuelta ciclista por nuestro país.
¿Tú que opinas?