Adán revisó sus articulaciones, actuó sus glándulas salivares, verificó su aparato fónico.
Mecánicamente bien —pensó—. Solo me falta comprobar la validez de mi capacidad especulativa. Comenzaré por proponerme si el ser y el no ser son dos cosas o una sola.
Paraíso. Germán Sánchez Espeso.
Odio el gimnasio. De joven me gustaba el deporte, sin embargo odiaba hacer gimnasia y a día de hoy no soporto ni lo uno ni lo otro. Las únicas actividades deportivas que me gustan son caminar —sobre terreno llano, por supuesto— y bailar, así que descubrir el Zumba ha sido una bendición.
Suelo discutir con una compañera y amiga porque cada vez que expreso mi hostilidad hacia el gimnasio me regaña. Dice que no estoy enviando las señales adecuadas a mi cerebro. Yo le respondo que mi cerebro ha ido toda la vida a su rollo por más señales que yo le haya intentado enviar y no creo que vaya a cambiar ahora.
Llevo media vida tratando de motivarme con el deporte y con la dieta sin éxito hasta que me di cuenta de que me estaba equivocando de planteamiento. Por más que tratase de buscar la motivación no la iba a encontrar, sin embargo era y soy consciente de la importancia de hacer ejercicio así que un día me dije: Esto es como ir a trabajar, hay que hacerlo quieras o no. Me olvidé de la maldita motivación y se hizo la luz.
Ir al gimnasio se ha convertido en un deber. Obviamente la experiencia sería mucho más placentera si cada día franquease la puerta de ese infierno entregada a la causa fit. Teniendo en cuenta que eso no va a suceder hasta mi próxima reencarnación, puedo darme con un canto en los dientes.
Escribe José Antonio Marina citando a Ortega y Gasset: Es triste tener que hacer por deber lo que podríamos hacer por entusiasmo. Sí, claro, pero si una no encuentra la maldita motivación por ninguna parte pues ya me dirás, Ortega y Gasset, como lo hacemos...
Mi entrada de hoy abre el segundo de los escenarios deseables que planteaba Josefa Fombuena para el trabajo social: Un trabajo social ético. Comencé el análisis con la entrada titulada Eficacia. Ahí analizaba el primer escenario, un trabajo social eficaz.
He iniciado mi hilo argumental sobre ética analizando la motivación porque pienso que la motivación está relegando al deber. Eso, entre otras cosas, está contribuyendo a un proceso de infantilización de la sociedad que me escandaliza.
José Antonio Marina lo explica muy bien en este artículo, titulado La motivación, el deber y los tres grandes deseos del ser humano. Afirma el filósofo que el deber es un recurso que entra en juego cuando la motivación desfallece y establece tres tipos de deberes: El deber de coacción, el deber derivado de las promesas y el deber de proyecto.
El deber de proyecto es aquel en el que enmarcaré mi reflexión sobre un trabajo social ético la semana que viene. De momento es todo. Me voy al gimnasio, que tengo GEP a las ocho. Como cada tarde, conduciré hacia el matadero abrigando el oscuro deseo de que el monitor enferme o de que llame alguien al pabellón municipal simulando una amenaza de bomba y como cada tarde, mis sueños acabarán estrellándose contra el TRX.
¿Tú que opinas?