Como habrás observado, perspicaz lectora o lector, de un tiempo a esta parte vengo escribiendo sobre el pensamiento complejo en trabajo social y la intervención social. Eso sí, llego bastante tarde y es que gente como Teresa Zamanillo, Silvia Navarro o Luis Barriga ya venían haciendo apuntes sobre el particular hace muchos años. Estoy segura de que otras trabajadoras sociales que no conozco también habrán abordado el asunto. La culpa es de Almería y sus comunicaciones, que estamos muy lejos de todo y claro, el conocimiento tarda un mundo para bajar hasta aquí.
Preparando el artículo para el periódico El Común encontré un video de Adela Cortina, la famosa filósofa que acuñó el término aporofobia; justo en ese video analizaba los mecanismos aporófobos. De todo lo que dijo hubo una parte que me llamó especialmente la atención: los seres humanos somos animales reciprocadores por una cuestión de supervivencia ancestral que ha dado lugar a sociedades contractuales, en las que las interacciones de tipo altruista se basan en el principio hoy por ti, mañana por mi.
Desde esta perspectiva continúa Cortina ¿Qué ocurre con aquellas personas, diversas, que no tienen nada que intercambiar? (O eso creemos) Que, como es obvio, pasan a ocupar categorías subalternas en la sociedad. Son los nadie, inservibles todo el año y en estas fechas navideñas aún más porque también son, en palabras de Zygmunt Bauman, consumidores fallidos. Lo explica en su libroVidas desperdiciadas, de lectura imprescindible para operadoras sociales con alma.
Argumenta Adela Cortina (y yo lo suscribo) que en sociedades que nos denominamos democráticas es una creencia moralmente inaceptable pensar que las personas sin recursos son inservibles, sin embargo se trata de una creencia tan arraigada en nuestros cerebros que hasta las propias trabajadoras sociales hablamos de los usuarios en términos de ellos y nosotros. Lo bueno es que Adela Cortina también afirma que el cerebro es plástico así que al menos podríamos tratar de modelar el nuestro, que no es poco.
Iba a concluir esta entrada aprovechando estas fechas para hacer un alegato solidario hacia las personas que menos importan, pero de nuevo me topé con un texto que me hizo pararme a pensar más detenidamente sobre la solidaridad:
Uno se solidariza con lo que les sucede a otros, uno nunca se solidariza consigo mismo. O sea, que el problema es de ellos. De tal forma que los solidarios, los avergonzados no elaboran discurso, no tienen iniciativas, no toman medidas, no construyen relato, no deciden lucha política. Y lo que es más importante, no hacen públicos testimonios, o sea, rechazan elaborar una memoria colectiva.
El fragmento forma parte del libro Ahora contamos nosotras. Cuéntalo: Una memoria colectiva de la violencia, de Cristina Fallarás. Pensaba cuando lo leía que si la violencia machista es un problema de todos, no solo de nosotras las mujeres, la desigualdad, la pobreza, la injusticia nos interpelan como personas, no es solo un problema de quienes padecen las peores consecuencias de un sistema injusto y cruel. No debiera existir un ellos y un nosotros. Es moralmente inaceptable.
¿Tú que opinas?