Este verano he querido mantener el blog abierto
para compartir tres entradas (una por mes estival) sobre tres iniciativas realizadas por trabajadoras sociales que merecían ser compartidas (seguro que hay muchas más). La primera fue una investigación sobre sinhogarismo y mujeres
a cargo de las compañeras de la asociación AIRES. La segunda consistió en el proyecto Hablemos de trabajo social
, de las compañeras del colegio de trabajo social de Castilla-La Mancha y con esta tercera cerramos la etapa.
Noelia Ordieres, a quien muchas de vosotras conoceréis por su programa de radio sobre trabajo social El suañacóptero, es una compañera que está dedicando su labor investigadora (y activista) a la muerte digna desde el trabajo social, asunto de una trascendencia máxima. En nuestra memoria está sin duda grabado el tristísimo caso de Ángel Hernández, quien ayudó a morir dignamente a su esposa, víctima de una enfermedad neurodegenerativa o Ramón Sampedro, cuya vida y muerte fue llevada al cine por Alejandro Amenábar en Mar adentro, dos ejemplos entre muchos otros anónimos.
La muerte, como la vida, es también objeto del trabajo social, este es el núcleo de la reflexión de Noelia. Con ella cierro la temporada estival y comienzo la próxima semana la nueva temporada. Gracias, Noelia.
PD. El jueves próximo trabajo social y tal estará en El suañacóptero ¡Os esperamos!
Es difícil que en una sociedad tan vitalista como la actual, en la que ser eterno se ha convertido casi en obligatorio, alguien se pare a pensar en la muerte.
Muerte como final de vida, pero también como inicio de otras. Muerte como la única verdad incuestionable e inevitable, pero muerte también como herramienta política, como forma de activismo y como no, como útil de negociación.
He repetido muchas veces que hay tantas muertes dignas como personas cabemos en el planeta, después me he encontrado a profesores de la talla de
Alberto Royes que también defienden esta argumentación en sus
publicaciones y es que cada vida y cada muerte es tan (o debería ser tan) absolutamente personalísima que las demás deberíamos limitarnos a aceptar y acompañar, de ahí que parezca intolerable que sigamos aceptando como sociedad que haya personas desposeídas de su dignidad para poner fin a su vida y que la cuestión de libertad, que es la regulación de la eutanasia, sea utilizada políticamente para aderezar negociaciones fallidas.
En esta época que nos ha tocado vivir de soflamas posmodernas, de verdades absolutas y de fake news que llenan portadas, ningún discurso me parece más digno que aquel que defiende la libertad de decisión del individuo sobre su vida y el final de esta. Se ha convertido en un acto de rebeldía máxima y en esa batalla estamos.
Cuando hablamos de morir dignamente (y en esa acepción decíamos que caben todas esas posturas personales) hablamos del principio ético primigenio en el trabajo social, la autodeterminación, la capacidad de autogobierno de las personas, ese bien intangible y a la vez tan descuidado que es la libertad para decidir.
Pero el morir, queridas, tiene muchas amantes (de disciplinas científicas hablamos) y en esa batalla (va camino de ser una guerra similar a la Guerra de Sucesión) cada una defiende la pertenecía de la expiración a su campo.
Cuando alguien fallece, muere, la palma, estira la pata… hay dos hechos incuestionables para todo ser humano, uno el fin de la vida como cuestión biológica y por otro lado la cuestión jurídica. Nadie podría refutar esta verdad, pero detrás de estas verdades hay otras que muy poca gente ve y mucho menos aún, que pocas personas se cuestionan.
Ante el fin de la trayectoria de una vida suceden muchas otras cosas, sucede por ejemplo que el entorno social y familiar se trastoca, desaparece una pieza que siempre ha estado ahí y que en su microcosmos tenía la importancia que tenía, porque a nadie puede olvidársele que todos somos piezas elementales de aquel microcosmos por el que transitamos en vida, siempre.
Ante este hecho en el que pocas veces se piensa, pocas veces se actúa ahí está quedándose olvidado un trocito de esa dignidad de la que hablamos al principio. Porque supongo (y esto es absolutamente subjetivo, como todo lo que escribo) que cuando una sabe que se va a morir hay ciertas cosas que nos dan tranquilidad para emprender el viaje y ahí, queridas, es dónde el trabajo social tiene que estar presente y hacerse imprescindible.
Ya sabéis, acompañar, orientar, agarrar (fuerte, muchas veces), intervenir, investigar, sistematizar, repensar (se)… todas esas cosas que sabemos hacer (tan bien) y que en este campo tanta falta hace.
Nosotras también tenemos un trabajo importante que hacer, damos dignidad a la vida y si nos hacemos un hueco (el que nos merecemos) la daremos también a la muerte.
2 Comentarios
Unas palabras bellas, cargadas de sensibilidad. Gracias…
Cuando uno ve acercarse la muerte, se alejan aquellas personas y cosas que no tienen valor emocional, de nuestros valores y convicciones. Nos quedamos con aquello esencial q a veces es invisible a los ojos. Y si, las piezas de tu mundo se desencaja y se agradece el apoyo…