Los servicios sociales, de acuerdo con el
modelo vasco, operan básicamente sobre tres problemáticas: Dependencia, desprotección y exclusión. Cuando salí de servicios sociales comunitarios para trabajar en tutela de adultos creí que por fin abandonaría la exclusión social y con ella la odiosa tarea de gestionar miseria, sin embargo me equivocaba. Aunque ya no tramito ayudas económicas, en el Instituto hemos de hacer encaje de bolillo para gestionar la subsistencia de las personas que padecen pensiones ridículas, teniendo que controlar hasta el número de cortes de pelo que se pueden permitir. Una tarea que detesto, especialmente cuando acuden a pedir un extra. Un extra que puede consistir en una cena en un restaurante chino por el día de San Valentín. Un extra que algunas veces hay que negar ¡Es mi dinero! replican. Y tristemente tienen razón.
Hay por desgracia muchas personas que, a pesar de estar tuteladas, se encuentran en procesos de exclusión social al igual que muchas de las personas no tuteladas que atendía en servicios sociales de atención primaria. Me escandalizaba especialmente la penuria de las personas que atendía con edades comprendidas entre los 50 y 65 años: Demasiado viejas y desfasadas para el mercado laboral, demasiado jóvenes para la protección social del estado. Todas y cada una de las que entrevistaba eran plenamente conscientes de ello por lo que resultaba muy duro escucharlas y, peor aún, tramitarles en el mejor de los casos una ayuda económica también ridícula.
Viví la promulgación de la ley de dependencia y con ella la cuestión, por fin, sobre los cuidados. Un asunto que ha visto la luz gracias al movimiento feminista, dicho sea de paso. Parecía que por fin los cuidados ocuparían el
lugar que les corresponde en la sociedad otorgándoles la importancia que sin duda tienen, aunque de nuevo me equivocaba precisamente porque los cuidados son tan importantes que tocar el tema es mover los cimientos sobre los que se sustenta la sociedad capitalista. No es una buena idea abrir el imprescindible debate del
trabajo versus empleo, y es que no
conviene alterar la relación entre la producción con ánimo de lucro de bienes de consumo, por un lado, y la reproducción social —la producción, sustento y cuidado de seres humanos— por otro. Esta división siempre ha estado generizada en la sociedad capitalista; de hecho, estas dos cuestiones no estaban tan abiertamente separadas hasta la aparición del capitalismo. Pero para el capitalismo es fundamental que ambas esferas estén separadas, y que de una se encarguen las mujeres y, de otra, los hombres (Nancy Fraser. Entrevista completa en El Salto)
La agenda de la ultraderecha lo corrobora y tendremos la ocasión de comprobarlo una vez más cuando sus 24 diputados comiencen el ataque masivo a la ley de dependencia en el Congreso de los Diputados más pronto que tarde.
¿Qué tienen en común las tres problemáticas que he expuesto? Que las tres pueden mejorar con la implantación de la
Renta Básica. La renta básica es una poderosa herramienta que alteraría el poder de negociación entre la clase trabajadora y la patronal, una alternativa a la creciente pérdida y
automatización del empleo, supondría una herramienta de emancipación para muchas mujeres, forzaría la revisión de las pensiones y mejoraría la vida de las personas en procesos de exclusión. Ahorraría a la ciudadanía el
indigno periplo por los bancos de alimentos e incluso nos evitaría a las profesionales de servicios sociales el infame encargo social de certificar pobreza y nos proporcionaría el espacio para atender lo verdaderamente importante: la convivencia.
Es curioso. El trabajo social persigue la
liberación de las personas. La renta básica persigue exactamente lo mismo: la liberación de las personas a través de la garantía de una existencia independiente, o lo que es lo mismo,
vivir sin permiso. No existe a día de hoy
ninguna razón económica para no implantarla, multitud de estudios lo demuestran. La razón es política: A los poderes fácticos no les interesa la implantación de una renta básica, no nos equivoquemos. Por eso creo que es una poderosa herramienta de transformación social y la mejor de las luchas que, como trabajadoras sociales, podemos y debemos acometer. Me atrevo a afirmar que antes que una ley estatal de servicios sociales. Lo primero es garantizar la vida. Se vislumbra un nuevo gobierno, estamos a tiempo.
2 Comentarios
Tienes razón, estamos demasiado imbuidos por la moral judeo cristiana y eso de que el mundo es un valle de lágrimas ¡Como para estar haciendo el zángano! Ese discurso simplista está muy arraigado en la sociedad y habrá que irlo desmontando. Muchas gracias por tus también estimulantes comentarios.
Estimulante, realista e ¿incendiaria? Me has removido una cuestión qu tengo abierta. Comparto plenamente la convicción de que "Lo primero es garantizar la vida", implicita la idea de hacerlo desde lo público. Efecivamente hay recursos, al menos por el momento. En Navarra hemos destinado 104 m. de € en 2018 y las cuentas cuadran. Los indicadores han mejorado. Una cuestión que surge el repocre social, cobran "sin hacer nada". Algunos habrá, pero otros tienen que complementar trabajo y ayuda por la miseria del mercado que señalas. Sin embargo, este discurso en la atención directa en la sociedad en general yo diría que no términa de calar y esto me revuelve. Me conduce a la idea de condicionalidad, o si quieres de reciprocidad "hoy por tí, mañana por mi". En fin, otro tema a ir trabajando. Gracias Belen por tu reflexión