Recibo correos de vez en cuando enviados por trabajadoras sociales que se dirigen a mí en calidad de bloguera. Me cuentan a modo de desahogo que tienen problemas en el trabajo y buscan mi consejo, ya ves. Esperaría leer que tienen dilemas éticos, roces con sus superiores, cansancio, quemazón... pues no. Los correos que he recibido guardan una alarmante similitud: Todas se sienten sobrepasadas, impotentes, torpes ante el alud de problemas diversos que se les presentan y han de resolver. Todas coinciden: No sé intervenir ¿Qué hago? Todas parecen buscar el bálsamo de fierabrás. Y empleo todas porque todas son mujeres.
En este sentido se podría inferir que mi observación no tiene nada de particular puesto que la mayoría de trabajadoras sociales somos mujeres. Por esa regla de tres lo lógico sería que la mayoría de cargos de responsabilidad en instituciones sociales fuesen ocupados por nosotras al ser mayoría, sin embargo no es así, por lo que mejor dejemos la lógica a un lado.
En mis veinte años de ejercicio he tenido la oportunidad de trabajar con muchas compañeras y compañeros novatos que han venido a hacer sustituciones y ni uno solo de los chicos ha tenido un atisbo de inseguridad, y si lo ha tenido lo ha disimulado estupendamente. He trabajado con hombres verdaderamente desastrosos que paradójicamente (o no) eran todo seguridad. Ni rastro de autocrítica. No pretendo generalizar, tengo compañeros grandísimos profesionales y compañeras que preferiría que no lo fuesen, no se me encolericen lectores varones que nos vamos conociendo, pero esa ha sido mi experiencia y considero que es digna de reflexión.
Cuestiones de género aparte, me doy cuenta de que lo que hay detrás de estos correos tan tristes es siempre lo mismo:
Una alarmante carencia de conocimientos, habilidades y destrezas en el manejo de la relación de ayuda. Hay actitud, hay vocación, hay entrega, pero no hay capacidad. Soy así de taxativa. Las causas en mi opinión son varias y a ellas les dedicaré una entrada próximamente.
La buena noticia es que tiene solución y tenemos que dárnosla. No somos culpables de no haber recibido el mejor entrenamiento ni nacemos sabiendo, pero sí somos responsables de ofrecer la mejor atención sin esperar simplemente las enseñanzas que se adquieren con la experiencia. Estoy segura además de que detrás de todas esas inseguridades puede haber grandes profesionales. La cuestión es ¿Dónde está la solución? ¿Existe entonces el bálsamo de fierabrás? Sí. Y no.
Continuará...
9 Comentarios
Gracias por el aporte, le echaré un ojo y adjuntaré el enlace en la próxima entrada. Un abrazo.
Has introducido un elemento clave, como es la valoración social, que debe ser la consecuencia de una intervención científica y el motor del cambio. Gracias, como siempre, por comentar.
Sí, está en abierto:
http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/tesisuned:ED_Pg_DeryCSoc-Lahernandez/HERNANDEZ_ECHEGARAY_LuisaAranzazu_Tesis.pdf
Para quien le interese el asunto hay ya una excelente tesis que lo aborda en parte de Arantxa Hernández (excelente colega):
EL PROCESO DE (DES)PROFESIONALIZACIÓN DEL TRABAJO SOCIAL EN ESPAÑA (1980-2015): DÉFICITS, RIESGOS Y POTENCIALIDADES
https://www.educacion.gob.es/teseo/mostrarRef.do?ref=1474548
Supongo que se publicará…
Buen día compañeras. Cómo varón me toca también apuntarme al punto de inseguridad. Cada vez que me llega un caso complejo suelo hacer ese gesto característico de duda rascandome la barbilla y me pregunto ¿Pero qué está operando aquí?
Comparto plenamente la cuestión de que no nos enseñan a hacer intervención social. Luego en la realidad nos encontramos con personas con problemas, dificultades, limitaciones y y otras carencias. Son cuestiones complejas que exigen lenguaje realista y descriptivo que permitan introducir cambios o alteraciones ante evidencias.
En definitiva, defiendo la valoración social para detectar las dificultades y las potencialidades donde apoyar la intervención, el plan de caso.
Un día de estos os contaré como la valoración de la dependencia que podemos entenderla meramente como una tramitación se puede convertir en una intervención que garantice con total seguridad el acceso a derechos siempre que correspondan y facilitar el continuo de cuidados. Como ejemplo de alteraciones de desempeños rutinarios que funcionan francamente bien.
Excelente entrada y comentarios. gracias
No te preocupes, que ya lo haré yo, jajjajaja. Lo que ocurre es que a veces la formación es cara. Aquí habría tela que cortar, pero sí, hay que formarse, y si es contigo mejor 😉 Besos.
Totalmente de acuerdo. Pero pueden formarse si hay ganas y voluntad. Tentada de poner publicidad de mis cursos,( no lo haré, no te preocupes) pero.luego.la gente siempre se apunta a las.mismas cosas con la misma gente y así no hay cambio posible. Un abrazo grande.
Estoy de acuerdo. Creo que esa es la clave, la gente que me escribe en el fondo lo que le ocurre es que no sabe manejarse en la relación de ayuda por falta de modelos, técnicas e instrumentos, en ese orden y relacionado. De eso y de algo más va mi próxima entrada. Gracias por comentar. Un abrazo.
Comparto tu visión sobre las seguridades e inseguridades de compañeras y compañeros: fenómeno curioso que deberíamos analizar, igual que el que apuntas que siendo mayoría mujeres lógico sería que la mayoría de cargos institucionales también lo fueran. En fin! Por otra parte, comparto también esa sensación de falta de instrumentos para la relación de ayuda: desde la universidad tengo la sensación que dedicamos "demasiado" (así entre comillas, que nadie se escandalice) a asignaturas teóricas y muy poco tiempo a trabajar sobre las herramientas (e, incluso, los modelos teóricos) de la intervención directa, de la relación de ayuda.