El pasado jueves asistí a una jornada de coordinación sociosanitaria y jurídica organizada por el Hospital de Poniente, en El Ejido. Me invitaron, como trabajadora social de servicios sociales comunitarios, a una mesa de debate con representantes del hospital, salud mental, atención primaria, policía y juzgados, que giró en torno al análisis de dos casos: una menor aquejada de tuberculosis con madre esquizofrénica y un anciano que ingresa en el hospital por patologías derivadas de la desatención de sus familiares.
El análisis de los casos me ha dado dos ideas para escribir sendas entradas. La primera, el efecto Desembarco de Normandía, la segunda, la diferencia abismal existente en cuanto a la protección de las personas menores y las personas mayores. Hoy dedico la entrada a la primera idea.
Tras la presentación del caso, cada uno de los intervinientes teníamos que exponer la mejor opción desde nuestro punto de vista para resolver la problemática en cuestión. Por mi parte, comencé señalando la complejidad que entraña resolver casos en los que están implicadas muchas instituciones. En estos casos se produce, en mi opinión, un efecto Desembarco de Normandía.
Me refiero al hecho de que este tipo de casos, sobre todo el de la menor, son casos escandalosos que provocan una movilización general de las distintas instituciones implicadas, alarmadas por la situación y, no nos engañemos, empujadas por los remordimientos al no haber detectado el problema con anterioridad. Así, una familia que había pasado sin pena ni gloria por pediatria, centro escolar, servicios sociales (posiblemente) y salud mental durante 4 años, estalla ¿no lo habíamos visto o no lo habíamos querido ver?
Una vez que, como digo, el caso estalla, en el mejor de los casos, la parte que ha detectado el problema suele convocar al resto de implicados para acordar soluciones. Digo en el mejor de los casos porque en la mayoría de las ocasiones lo que se produce es una entrada masiva de profesionales de distinta índole en el caso que, lejos de ayudar a la familia, generan confusión y sensación de invasión de un terreno, el familiar, hasta entonces íntimo.
La intervención masiva si es acordada es obviamente una mejor opción. Mantener contactos de cara a establecer acuerdos da lugar a encauzar la intervención en una misma dirección, pero no es suficiente. Observo que a los profesionales nos falta generosidad. Me explico. Normalmente intentamos tirar del caso hacia la resolución de la parte que nos ocupa y pasamos por alto una visión global del caso. Una vez que nuestra parte está resuelta (o es irresoluble), toca retirada, así, el ejército de profesionales deja a la familia, de nuevo, sola.
Decía que estos casos requieren generosidad por parte de los profesionales: debemos ser capaces de diferenciar lo urgente de lo importante y de esperar nuestro turno, incluso a renegar de nuestro propio diagnóstico, si es preciso. En este caso, evidentemente lo urgente es curar la tuberculosis y en esa dirección tendríamos que remar todos en primera instancia.
Posteriormente deberíamos ser capaces de coordinar las salidas y entradas de los distintos profesionales para no generar más caos del que la propia familia ya produce, todo eso es posible si esa mirada global existe, mirada global que no es más que mirada
transdisciplinar, pero la
transdisciplinariedad es hoy día una utopía. Dice Galeano sobre la
utopía que nos indica el horizonte adonde caminar. Comencemos la marcha.
¿Tú que opinas?