5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
9 de agosto de 2013 / 8 Comentarios
Hola de nuevo:
Si has visitado este blog con anterioridad habrás leído alguna entrada sobre una intervención mía con una familia muy disfuncional; este caso, que tiene sus altibajos, va bastante bien en general, sobre todo teniendo en cuenta sus características peculiares y la situación de la que partíamos, así que voy a poner punto final a la narración del mismo y me dispongo, a partir de hoy, a dedicar algunas entradas a un caso nuevo, muy diferente, que me está generando algunos quebraderos de cabeza.
He escogido este caso por varias razones: en primer lugar, se trata de una familia “normalizada”, si se me permite la expresión no muy acertada, lo sé, es para que nos entendamos, porque... ¿Qué familia es normal? ¿Qué es lo normal? ¿Lo que la trabajadora social entiende por normal? ¿Lo que ha vivido en su familia de origen? En fin, ya sabes de lo que hablo… La cuestión es que mi intención es narrar una intervención con una familia como Rajoy manda.
Pero la razón más importante que me ha impulsado a escoger este caso es porque aquí la gestión de recursos juega un papel muy, muy, muy secundario. Este aspecto me parece central: recuerdo en mis inicios laborales cómo me agarraba a los recursos con desesperación. Es más, me escandaliza hoy escuchar a compañeras-eros con más años que la tarasca lamentarse de no poder intervenir porque no tienen recursos. ¡Mira Rocío Jurado, la tía, ella sola se comía el escenario, incluso sin músicos! ¡Con poderío, coñe!
Pues nosotros igual, pero en versión terapéutica.
A lo que voy. La protagonista de esta historia es Francisca, 88 años, una jovencita. Cognitivamente, una máquina. Eso sí, le fallan las piernas y deambula con bastón, por lo que hay que ayudarla en el aseo y demás; en definitiva, dependiente severa (grado II) Francisca tiene tres hijas y un hijo, todos viven en el pueblo. La intervención comienza a través de la hija mediana, a la que llamaremos Toñi.
Toñi se llevó a su madre a su domicilio al enviudar Francisca, hace cinco años, puesto que el cortijo donde vivía ésta ya no era un lugar seguro, tanto por su aislamiento geográfico como por el deterioro físico de la anciana. Con la llegada de “la ley de dependencia” Toñi se puso en contacto con nosotros y tras el oportuno estudio de la situación familiar, se tramitó la prestación familiar por cuidados en el entorno familiar (PECEF)
Hasta ahí, todo muy normal. La situación comienza a complicarse cuando Toñi claudica y decide abandonar los cuidados de Francisca, hace año y medio, debido a la tensa relación existente con su madre: “es muy exigente”, “no quiere quedarse sola ni un minuto”, “quiere volver al cortijo” y “no quiere que la asee” son algunas de las razones que Toñi me expone en el despacho.
Decidimos entre todos (eso incluye a Francisca) hacer un cambio de PIA (Programa Individual de Atención) y que Francisca se traslade con su hija pequeña, Juani, ya que la mayor, Carmen, cuida de su marido enfermo y no puede asumir la atención de otra persona. Las tres hermanas tienen muy buena relación entre sí, pero no con el hermano varón, Eduardo, que “nunca se ha ocupado de nuestra madre, sólo de sacarle el dinero”.
Al poco tiempo de trasladarse con Juani, los problemas vuelven a aflorar. Juani se queja exactamente de las mismas cosas que su hermana Toñi y me dice entre lágrimas que de seguir así la situación ella no podrá soportarlo por mucho tiempo. Ante este panorama, hago una visita domiciliaria para preguntarle a Francisca qué es lo que le pasa.
En la visita, Francisca me cuenta que se siente muy sola, que las hijas se marchan a trabajar y ella se pasa el día viendo TV y sentada “como un mueble”, que nadie le hace caso y que además ni siquiera es dueña de su propio dinero. La hija le recrimina que no puede sacarla porque tiene que trabajar muchas horas (es jornalera agrícola) y que con ella tiene todo lo que necesita: está limpia, toma su medicación, come adecuadamente y la familia sí que le hace caso.
Una vez que consigo que ambas dejen de gritarse, trato de lograr mayor empatía entre ellas; digo a Juani que es normal que Francisca se sienta sola, estaba acostumbrada a vivir en el campo y ahora se siente encerrada, apenas habla con nadie y hace semanas que no ha salido del piso porque a pesar de ser un primero, no tiene ascensor.
Asimismo explico a Francisca que su hija está muy sobrecargada y ella no puede pretender que la atienda como ella desea, tiene que trabajar.
Les propongo un trato: cambiamos el recurso de PECEF a SAD con el objetivo de que la auxiliar "saque" todos los días a Francisca de paseo y además Juani le asignará una parte de la pensión para que Francisca la emplee como quiera, a cambio Francisca debe prometer generar menos conflicto en casa y ser un poquito más flexible. Ambas aceptan y comenzamos con el SAD.
El cambio en Francisca es espectacular. La conexión con la auxiliar es fantástica: comienza a ir a la peluquería, la auxiliar la lleva a desayunar fuera de vez en cuando, van a la iglesia e incluso acude al centro a conocer mi despacho. Días de vino y rosas… Por mi parte, me felicito por lo buena trabajadora social que soy y me doy unas cuantas palmaditas en la espalda…
Hace un mes, acuden las tres hijas pidiendo que hagamos algo con su madre, otra vez está insoportable, ahora peor que nunca. Quiere volver a su cortijo ¿qué ha pasado? El psicólogo, que la ha visitado hace unos diez días me comenta que cognitivamente sigue igual de bien. ¿Qué ocurre ahora?
La semana que viene, el desenlace.
8 Comentarios
hola saludos de argentina… estoy a punto de recibirme como trabajador social… y tengo pensado realizarme laboralmente de manera privada… me parecio interesante el intervenir.. mas alla de no tener recursos… es cierto uno se lamenta y se agarra la cabeza cuando no se tienen los recursos.. igualmente yo creo que como trabajador social la no intervencion no se debe contemplar… y en cuanto los recursos siempre pueden aparecer
Querido anónimo…¡me vas a destripar el asunto! Jajajajajajaja….Por ahí van los temas….
….ayyyy: ¿a que mama
francisca pasa su dinero de bolsillo a su hijo eduardo…y por eso las hermanas "se indignan en bloque?"
¡Buenooo! Menudo tema has planteado, voy por partes… A esta mujer NO le gusta NADA estar encerrada y la UED para ella sería un encierro, de hecho las hijas se lo propusieron y se negó en redondo, lo cual me parece lógico porque tengo que confesarte que soy enemiga de las UED en el caso de personas que cognitivamente se encuentran bien, no les encuentro el sentido, en el caso de personas demenciadas me parece un recurso estupendo, pero en el caso de Francisca no tiene, en mi opinión, ninguna utilidad porque lo que ella desea es salir a la calle, ver vecinos, en fin, hacer una vida normalizada y en la UED se relacionaría con personas que nada tienen que ver con ella…
Gracias a tí por este blog. Me parece muy interesante y podemos aprender mucho. Pero díme,¿por qué no has pensando en una unidad de estancia diurna? Es el recurso que yo he barajado desde el primer momento. Me parece ideal para satisfacer las inquietudes de Francisca.
Saludos
Ana
Hola, en primer lugar, no creas, en la segunda parte ya verás que no es oro todo lo que reluce, jajaja…
Con respecto a lo de las auxiliares sí que pueden si la trabajadora social así lo prescribe. En este caso el paseo y el ocio es fundamental para amortiguar la sensación de soledad y frustración de Francisca, no quise acudir al voluntariado porque el caso es excesivamente complejo, preferí a una profesional como es la auxiliar SAD. Gracias por comentar.
Hola!!
En primer lugar, felicitarte: Eres una trabajadora social estupenda!!. En segundo lugar, plantearte una duda: ¿las auxiliares a domicilio pueden realizar tareas de acompañamiento, como las que describes en tu caso?..
Vaya rollo. Una semana de espera.
Esta faceta tuya tipo "Hitchok" no la conocía.
Habrá que esperar si o si. Que tu faceta de cabezona si que me la conozco