Esta es mi segunda entrada relacionando la debacle de los servicios sociales con el empobrecimiento del trabajo social como disciplina. En la entrada de la semana pasada ofrecí mi punto de vista sobre la deriva del trabajo social de caso; tal es la cosa que hasta yo misma confundí la imagen de Mary Richmond con otra Mary, de apellido Titensor. Mis disculpas a ambas o más bien a sus descendientes y mi agradecimiento a Maite Esnaola por sacarme del error.
Asociados a la debacle de los servicios sociales, observo la emergencia de dos seudoparadigmas del trabajo social actual, al menos en España. Uno es el
trabajo social cuñao, que describí hace un tiempo. Consiste, en resumen, en la asunción de discursos seudocientíficos ligados ¡oh, sorpresa! a modelos neoliberales. Por otra parte, también constato otra tendencia a la que he bautizado trabajo social perroflauta, basado en una incomprensible obsesión con la calle como
concepto.
Esta manía con la calle se traduce en dos mantras: El primero, que hay que estar más en la calle y menos en el despacho, y el segundo, que hay que hacer trabajo social comunitario en detrimento del trabajo social de casos. Total, que como decía en la
anterior entrada, el trabajo social de casos es el chivo expiatorio o, en términos técnicos, es víctima de un epistemicidio disciplinar en toda regla.
Epistemicidio es un término de
Boaventura de Sousa Santos que descubrí gracias al
magnífico artículo del (igualmente)
Foro de Servicios Sociales de Madrid.
A pesar de que estar en la calle y hacer trabajo social comunitario se parecen como un huevo a una castaña, ambas cuestiones guardan algo en común: Atribuirles un cierto tipo de magia, cosa muy propia de estos tiempos postmodernos que a algunas nos ha tocado padecer. Pareciera que con salir a la calle o con reunirse con colectivos sonarán las trompetas de Jericó. Nada más lejos de la realidad. Me explico.
Salir a la calle per se no produce absolutamente nada, de la misma forma que hacer visitas a domicilio tampoco produce nada en sí mismo. En román paladino: Como trabajadora social, perfectamente puedo pasarme toda la jornada laboral en la calle realizando una praxis de lo más asistencialista, puede que más que en despacho. Es más, un trabajo social callejero mal enfocado, sobre todo en el medio rural, es una vía directa al paternalismo porque existe un riesgo muy importante de convertirnos en el término viejuno-pero-no-tanto fuerza viva del pueblo (como el cura y el médico), muy reconfortante para nuestro ego a la vez que un obstáculo para la construcción con las personas de proyectos de autonomía.
Aunque me adelanto a la próxima entrada, la praxis profesional no la determinan los escenarios de la intervención como tampoco la determinan los niveles del trabajo social, sino la perspectiva teórica, la destreza en la comunicación, la capacidad en la relación de ayuda, el compromiso ético y, en definitiva, nuestra manera de entender el trabajo social. Que no digo yo, subrayado y con negrita, que los escenarios no sean importantes, lo que afirmo con rotundidad es que no lo son hasta el punto de configurar un hacer asistencialista o un hacer emancipador.
Vayamos ahora a la cuestión del trabajo social comunitario. Me resulta muy triste que una de las fortalezas del trabajo social como disciplina, esto es, la construcción clásica de niveles en trabajo social ahora venga a ser una debilidad. El trabajo social se sustenta sobre la idea de la interacción de los problemas individuales y sociales,
Jorge Conde dixit. No es admisible entonces desvestir a un santo para vestir a otro. Hay que hacer trabajo social grupal y comunitario, mas no a costa del trabajo social de casos porque cada uno de estos niveles tiene su propia utilidad, es decir, persigue fines distintos. Y eso, en sí mismo, sí que es estupendo.
Soy de las que creen firmemente en el trabajo social comunitario, sin embargo, considero urgente alejarnos de esa visión naif del trabajo social comunitario si no queremos darnos de bruces con la realidad: En España la sociedad está tensionada, cada día más fragmentada, es víctima de un proceso creciente y escandaloso de desigualdad social y, a todo esto, gobernada en la mayoría de los territorios por el Partido Popular ¿Hacer trabajo social comunitario en el marco de ESTOS servicios sociales? Adelante, lo digo sin ironía. Ni siquiera voy a entrar a valorar qué trabajo social comunitario cabría desplegar.
Eso sí, seamos conscientes de lo que nos vamos a encontrar fuera y, no menos importante, de la acogida que vamos a recibir dentro. El conflicto social nos demanda, debemos lanzarnos sí, con dos salvavidas: Uno, el conocimiento científico de la comunidad sujeto de nuestra intervención y dos, un sólido andamiaje teórico-conceptual, o en palabras de
Bibiana Travi:
Una destacable coherencia interna entre los principios filosóficos, los marcos teóricos, la concepción de los sujetos y la participación política (...) insumos (...) para producir el proceso de ruptura.
Sugiero, por lo tanto, manejar con cuidado esto del trabajo social comunitario, más allá de lo mágico, para ello la formación se antoja imprescindible. Por mi parte, recomiendo empezar por clásicos como Saul Alinsky y no tan clásicos como Marco Marchioni y, si queremos metodología, es útil el libro de
Fernández García y López Peláez, y de postre un artículo de Pirla y Julià,
Comunicar lo comunitario, porque da pistas para la reflexión.
Una confesión para finalizar: El párrafo de Bibiana Travi en realidad se refiere a las pioneras del trabajo social. Qué cosas.
3 Comentarios
A mí también me ha hecho una mala jugada el blog, pego respuesta que coloqué en mal lugar…
Hola, Inés, excelentísimo y acertadísimo comentario, que proviene de una frase que creí que pasaría desapercibida. Verás, hay dos cuestiones. En primer lugar, hay cosas que recomiendo en el blog porque considero que a la mayoría de la gente le puede ir bien, como por ejemplo el libro de Trabajo Social Comunitario de Fernández García y López Peláez, que no es exactamente el modelo de trabajo social comunitario que a mí me apasiona.
En segundo lugar, el construccionismo. Como tú muy bien apuntas, Berger y Luckmann, Goffman, etc. son padres del postmodernismo sociológico. Yo con la postmodernidad tengo una relación de amor-odio porque considero que hay aportes como el construccionismo que están muy bien, pero, por otra parte ha dado lugar a distorsiones como el auge de las seudociencias, ha hecho daño al feminismo, obvia lecturas críticas de la realidad macro y alguna cosa más, por todo ello mi posicionamiento con la postmodernidad se encuentra aún en construcción porque no acabo de encajar los modelos que sí me interesan para trabajar a nivel micro con mi perspectiva macro de la realidad, por lo que trabajo con el construccionismo como una herramienta. Me explico: trato de usar lo relacional y el "relato" como motores de cambio con las familias pero desde una perspectiva crítica, de conflicto. De hecho todo esto que te cuento lo quiero plasmar en una entrada, pero estoy como ves en fase de maduración.
Muchas gracias por leerme!
El corrector me hizo una curiosa jugada. Donde dice paradisíaco quería decir paradigma
Excelente entrada Belen, como siempre. Comparto contigo la defensa del trabajo social de casos y la necesidad de tener claro el marco epistemològico de nuestra intervención. Por eso me gustaría saber por qué dices "los tiempos postmodernos que a algunas nos ha tocado padecer".
La propuesta del paradigma socioconstruccionista se enmarca dentro de un paradisíaco postmoderno que pone el foco en las interraciones y lo relacional.