Esta es mi cuarta y última entrada relativa al empobrecimiento del trabajo social en el marco de los servicios sociales actuales. La
primera sirvió de introducción, en la segunda me referí al
deterioro del trabajo social de casos y en la
tercera describí cierta obsesión por la calle como concepto. Cierro el asunto con un tema que tenía pendiente abordar desde hace tiempo: las técnicas.
La técnicas se definen, según la socióloga francesa Madeleine Grawitz, como Procedimientos operativos rigurosos, bien definidos, transmisibles, susceptibles de ser aplicados de nuevo en las mismas condiciones y adoptados al género de problema y de fenómeno en cuestión. Las técnicas son concreciones de los métodos científicos, o dicho de otro modo, son los procedimientos válidos para la obtención de los fines del método en cuestión, por eso no pueden separarse del método científico ni del paradigma al que sirvan, de lo que se deduce que deben estar en consonancia con aquellos.
La idea central de mi argumentación es la que sigue: Existe una importante confusión con respecto a las técnicas, ya que se las posiciona en un lugar que no les corresponde básicamente por dos cuestiones, una, a causa de los requerimientos de nuestros mandos, obsesionados con aliviar la presión asistencial, dos, debido al Síndrome del Aprendiz de Brujo.
Las técnicas forman parte del acervo disciplinar de cada profesional, por lo que no parece adecuado que sea el sistema, en este caso de servicios sociales, el que nos dicte qué técnicas tenemos que aplicar en tal o cual situación. Así, si las técnicas forman parte del repertorio de la profesional no es de recibo que se nos exija sustituir una entrevista individual por una entrevista grupal con el
solo objetivo de aliviar la presión asistencial. Lo digo así de rotundo. Debemos ser las propias profesionales las que tengamos el control en el manejo de una u otra técnica, lo que no es incompatible con nuestra obligación como empleadas públicas de optimizar la gestión. Yo soy la primera en utilizar sesiones informativas grupales cuando se trata de convocatorias de subvenciones, informaciones de tipo administrativo, etc. sin embargo, insisto, la decisión debe ser cosa nuestra.
En segundo lugar está el
Síndrome de Aprendiz de Brujo, denominado así por Silvia Navarro.
El “síndrome del aprendiz de brujo” viene provocado al confundir los fines con los medios, al activar procesos, procedimientos y mecanismos que acaban perdiendo de vista los fines para los que fueron creados y que, llegados a un punto, no podemos dirigir ni controlar porque ellos han tomado el mando de la nave y empujan nuestras prácticas a su merced, después de vaciarlas de todo aquello que les confiere alma, que las conecta con los principios y valores que las sostienen, con la vida, con las personas.
Las técnicas, per se, no son buenas ni malas, se usan adecuada o inadecuadamente, y desde luego no generan por sí solas un cambio en las personas atendidas. Pondré un ejemplo: Una entrevista por sí sola no mejora una dinámica familiar disfuncional, pero una entrevista bien realizada es un gran apoyo en el proceso, en el que el paradigma y la capacidad relacional del profesional son los verdaderos protagonistas.
Como decía al principio, las técnicas no pueden separarse del método científico ni del paradigma al que sirvan, y es que no es lo mismo observar, pongamos por caso, desde la perspectiva narrativa que conductual como tampoco es lo mismo entrevistar ni diagnosticar. Por todo ello, aplicar tal o cual técnica debe partir de un marco epistemológico de referencia, de una intencionalidad terapéutica y debe aplicarse en concordancia con lo anterior. Las técnicas, en sí mismas son sólo eso, técnicas. Resumiendo: Un vaso es un vaso y un plato es un plato.
(Madre mía, yo citando a Rajoy...)
Celia Cruz y Jarabe de Palo
¿Tú que opinas?