5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
Hola de nuevo:
Una de las muchas posibilidades que ofrece escribir en un blog es la de intercambiar o complementar ideas con otras personas, así que hoy te propongo reflexionar al hilo de una entrada en otro blog y de paso te presento un caso nuevo en el que estoy interviniendo ¿qué te parece?
La entrada la escribe Joaquín Santos, trabajador social y bloguero, en el suyo; en ella relaciona el concepto de libertad con nuestra intervención profesional. Puedes leerla aquí.
Recojo este fragmento, especialmente interesante:
(…) nuestra profesión, desde su origen, tiene claro que debe intervenir generando la autonomía de las personas con las que intervenimos, respetando, por lo tanto, su libertad, lo que implica también intervenir sin un juicio previo de las personas y sin tener previsto, de una forma prejuiciada lo que queremos hacer o conseguir. No somos el que enseña o el que determina sino el que facilita, el que acompaña, el que posibilita, el que interroga, no el que determina, de forma directiva, lo que es conveniente para las personas. Sin embargo, a menudo, en la práctica diaria, acabamos entregando "recetas" a diestro y siniestro, a veces obligados por las circunstancias, a veces porque no nos atrevemos a hacer otra cosa: en ocasiones pasotas, en otras salvadores...
Por tanto, su conclusión es:
“Lo que garantiza la libertad es la inexistencia de un dueño, de un señor que rija los destinos, que pueda modificar lo que verdaderamente quieres hacer. Libertad es, por lo tanto, autonomía y desarrollo de esta capacidad”.
Quiero continuar el planteamiento de Joaquín ampliando la idea de libertad en asociación con la idea de responsabilidaden estos términos: las personas somos libres para actuar de manera autónoma porque se nos presupone responsables de nuestros actos, es decir, podemos elegir ya que nuestra mayoría de edad nos dota de la madurez y el raciocinio suficiente para actuar de acuerdo con criterios adecuados a nuestras necesidades y deseos. Las niñas y niños no son totalmente libres de obrar según su criterio al no poseer la madurez intelectual y emocional que les permita actuar de manera responsable, como ocurre con aquellas personas que padecen demencias o trastornos graves.
Somos tan libres, en definitiva, que podemos marcharnos de un hospital con una herida abierta si solicitamos el alta voluntaria.
Dicho en otros términos: nuestros usuarios, o mejor, los ciudadanos a las que atendemos pueden actuar como mejor les convenga aunque sus actos no estén acordes a nuestro criterio porque son responsables de los mismos. Ellos, a la postre, son los que pagan las consecuencias de una mala elección y no nosotros. Tanto si nos gustan sus elecciones como si no, nosotros nos marchamos a las tres a nuestro domicilio y ellos siguen respirando, sufriendo, riendo, amando, en definitiva, viviendo.
A veces se nos olvida todo esto, creo, y se nos olvida que es su vida la que comparten con nosotros y no la nuestra (Roger Brufau dixit). Son libres de retirarse, son libres incluso de mentir porque la responsabilidad que conlleva la decisión es suya y nuestro es el derecho a rechazar el papel de máquina de la verdad, papel tras el que jamás se podrá cimentar una relación de ayuda. Aprovecho para recomendar intensamente la entrada sobre la mentira en el blog de Pedro Celiméndiz, también trabajador social, aquí.
Si actuamos como profesionales con la convicción de que las personas son libres de tomar decisiones porque son responsables de las mismas, el enfoque cambia. En primer lugar, nos libraremos de la pesada carga que supone ser las madres de todas y cada una de las familias de servicios sociales y, en segundo lugar, evitaremos numerosos sesgos personales y conductas paternalistas que pervierten una relación profesional respetuosa y operativa.
Relacionado con todo esto, es muy útil conocer una herramienta utilizada en psicología, denominada triángulo dramático. La próxima semana hablaré de ella en el marco de un caso en el que estoy trabajando en estos momentos: Sheila.
(Como siempre, el caso ha sido distorsionado hasta tratar de hacerlo irreconocible. Sólo me quedo con la problemática que me interesa resaltar)
Sheila tiene 18 años y viene de Córdoba porque se ha enamorado de una chica del pueblo de 30 años, Carmen, a la que ha conocido por internet, abandonado su casa, a sus padres y sus estudios.
La chica de la que se ha enamorado no tiene trabajo y proviene de una familia desestructurada; ambas se han ido a vivir a un cortijo que han ocupado y que no reúne condiciones de habitabilidad. Han pedido cita para solicitar ayuda porque los dueños del cortijo las han denunciado y las van a desalojar.
Los padres de Sheila han llamado muy angustiados al centro preguntando si sabemos algo de su hija porque saben que Sheila está en Berja. Estaba estudiando económicas y lo ha dejado todo por esta pareja, de la que sospechan que puede tener consumos abusivos de drogas. La madre no deja de llorar durante la conversación telefónica y nos pide que le demos información sobre la hija porque ésta no le coge el teléfono. Además, Sheila es diabética y la madre tiene miedo de que no esté cuidándose lo suficiente. Piden desesperados que Sheila vuelva porque, aunque asumen su homosexualidad, no aceptan a esta pareja que "va a arruinar la vida a su hija".
(Continuará…)
¿Tú que opinas?