5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
3 de octubre de 2020 / 7 Comentarios
En las películas de acción lo vemos muchas veces: A toda velocidad un coche abollado atraviesa las calles de alguna ciudad en algún país, de oriente medio fijo. En plena persecución el vehículo va destrozando endebles puestos de fruta y objetos cerámicos. Yo creo que se eligen esos productos porque salen por los aires y dejan la calle hecha un asquito; chocar contra un puesto de ropa solo tiene sentido si el conductor aparece en el plano posterior al choquetazo con una pamela puesta y entonces sería una comedia. Pero no es una comedia porque la vida de las ocupantes del vehículo corre un grave peligro (no como en los peligros normales). Tienen que llegar a la embajada de los EE.UU. antes de que les ametrallen narcotraficantes. No, no, narcos no, que estamos en oriente medio, son integristas o algo así.
Hecho unos zorros por un balazo que ha recibido en el brazo, el protagonista logra aparcar digo derrapar a las puertas de la embajada de EE.UU. y salvar a la encantadora mujer y a su dulce hijita de las garras de los malos. Por fin pisan suelo estadounidense y ahí no las toca ni Perri. Están a salvo porque en el edificio rigen las leyes norteamericanas (debo advertir que si yo fuera la encantadora mujer no estaría muy tranquila bajo el paraguas del tío Sam, pero en fin). El caso es que ya están dentro de la embajada y por lo tanto en suelo yanqui. Pues eso se llama extraterritorialidad. Se aplica en derecho internacional y según parece también en algunos servicios sociales.
Yo trabajo en una entidad tutelar de personas adultas. Sobre el ejercicio del cargo tutelar orbitan muchas creencias erróneas, algunas de ellas las he mencionado en la entrada que enlazo. Sin embargo hoy me refiero a una sensación: que trabajamos en una embajada. Una vez que la persona pisa nuestra oficina, si vive en su domicilio es como si dejase de ser ciudadano de su lugar para ser ciudadana de tutela. Está tutelada, está a salvo. Se llama extraterritorialidad. Todos sus problemas serán solucionados y todas sus necesidades serán atendidas por la propia entidad tutelar. Salvo raras excepciones —los servicios de salud mental, por ejemplo— suele producirse un repliegue general del resto de instituciones.
Supongo que a los servicios residenciales les debe de ocurrir lo mismo. Una vez que las personas entran a estas embajadas, las profesionales que las gestionan tendrán que ocuparse de todo. En el caso de las residencias para personas mayores aún peor. Faltaba la COVID 19 para amplificar la odiosa tendencia político-académica a la sanitarización de estos recursos. La prioridad es mantener a las personas mayores vivas. Encerradas, desesperanzadas, pero vivas. A lo mejor habría que preguntarles a las personas mayores si esa es la vida que quieren, aunque va a ser mucho pedir. Tanto como pedirle al héroe de nuestra película que indemnice a los puestos de fruta y objetos cerámicos por sus destrozos.
7 Comentarios
¡Uf! ¡Cuánto para reflexionar hay en tu texto! Hay mucho para debatir en directo. Se me acumulan las ideas y las imágenes.
Ahora destaco una sola que engloba muchas de las situaciones, emociones, sentimientos encontrados, sinsentidos… vividos en estos tiempos: tanta gente mayor (en casa o en centros, sola o acompañada…) viviendo de forma no merecida, perdiendo el contacto con otras personas y con su actividad cotidiana, apagándose poco a poco… Muchas veces siento que, aunque no les mate el bicho, les va a matar la pena.
¡Gracias, Belén! Un abrazo.
Hola, Carmen, yo vivo esta realidad en mis carnes. Mis padres tienen 87 y 85 años y están completamente agotados, tristes y desesperanzados. Es horrible.
Por alusiones, porque me está ocurriendo algo parecido, dejo aquí mi comentario, que aunque no aclara nada nuevo,
y no soy buena narradora pretendo aportar quizás un halo de equilibrio reparador.
En mi caso, tengo a mi padre ingresado desde febrero. Tras el estado de alarma y en la reapertura de junio, tuve la posibilidad de ‘entrar’ a verlo, a 2 metros de distancia, con una enfermera vigilante y mamparas, pude verlo, más allá de las videollamadas semanales, y respiré un aire tan denso de impotencia y tristeza en el NO abrazo, que me quedé destrozada.
Dos días después, volvieron a cerrar las puertas por el aumento de casos covid en la zona.
Con todo el dolor de mi alma lo agradecí, así tal cual, quizás por mero egoísmo protector.
Es una situación de gran desconcierto, peligro, y sentimientos encontrados, que sentimos constantemente los que nos toca vivir el aislamiento de un familiar en una residencia en mitad de una pandemia.
Particularmente me gestiono los altibajos emocionales con mis DOS particulares cargas en la balanza,
Una, la que oprime mi pecho con la culpa, sensación de abandono indirecto, la interrogante de si se encuentra bien o carente emocionalmente de amor familiar.
Dos, la que mi corazón herido me grita cada vez que la balanza UNO gana en peso, sigue aquí, en condiciones aparentemente buenas, me digo, y por lo que compruebo semanalmente tras la pantalla de mi mvl, está en un «grupo burbuja», de esos que tanto se presumen como buenos hoy en día, está atendido, por gente capacitada, responsable y buena, que guarda con celo su protección y lo mima.
Así que si hay algo, en la balanza que tanto pretendo equilibrar y que juega en mi contra, es el tiempo.
Puto tiempo, que no se pausa, ni se recupera, que cura el alma y la seca, que pese a mi gestión emocional y la realidad social, es mucho más complicado de lo que parece sobrevivir sana spicologicamente a una situación tan triste y desco nocida para todas las Administraciones y familiares.
Querida prima, es un gusto siempre leerte, tu tacto y perpestiva un soplo fresco, diferente y acertando siempre en los temas expuestos.
Y se agradece.
A las personas que leen y entienden mis palabras…mando mi Ánimo, paciencia y muchas dosis de la balanza DOS, para «continuar soñando» con que, está pesadilla nos pase de puntillas, nos de valor para distinguir las buenas de las malas gestiones y dar un puñetazo en la mesa si es necesario, y pese a este maravilloso tiempo perdido que es de incalculable valor por las situaciones que cada interno tiene….poder nuevamente abrazarlo.
Saludos, Montse Llobregat.
Un comentario, precioso, prima. Sincero y honesto. Ojalá pase pronto esta pesadilla y todas podáis, todas podamos, abrazar a nuestros seres queridos.
Me he sentido totalmente identificada con tu opinión. En mi caso es mi padre el residente que está a salvo en territorito residencial, pero que lleva, por segunda vez, desde finales de julio sin tener contacto con su familia. Es ciego, bastante sordito, con cierto grado de demencia por su avanzado Parkinson, y lo único que le podemos dar son gritos a 2 metros de distancia a partir del viernes, si es que podemos acudir porque todas sus hijas trabajamos, y el único horario que podemos elegir está siempre en nuestro horario de trabajo.
Hemos solicitarle verle meditas en el traje de protección total para poder abrazarle, y que así el sienta que somos sus hijas y ofrecerle cariño físico que es el único que por sus circunstancias puede notar, y no hay forma.
Mi padre lleva desde marzo sin un beso y lo necesita porque el no nos ve, no nos siente, no se siente querido………. ¿esto es vivir?
Montse, qué curioso, tengo una prima que se llama Montse a la que le está pasando exactamente lo mismo con su padre, mi tío José. No puedo llegar a imaginar lo duro que debe de ser. Mis padres viven en casa y durante el confinamiento los veía a través de su balcón. Mi padre me lanzaba besos y abrazos desde un tercero. Solo puedo enviarte un abrazo virtual y todo mi cari´ño. Gracias por expresar tu realidad.