Conozco a Hipólita desde hace nueve años. Hipólita vive en una pedanía muy alejada del pueblo, en un cortijo entre montañas, huertos y la música de fondo del agua que discurre por las acequias y el canto de los pajarillos que aterrizan en el poyo de la puerta ávidos de miguillas de pan, miguillas que Hipólita deja accidentalmente cuando come pan con tocino. Hipólita se sienta en el poyo con sus bártulos, preparada para que el sol caliente su cara llena de arrugas coronada por un moño perfectamente recogido y sus piernas, bien estiradas para que los rayos las alcancen también. Así me la suelo encontrar muchas veces cuando llego a su casa.
Hipólita no puede ver los huertos que dejo atrás cuando tomo la esquina del cortijo porque Hipólita es ciega. Se quedó ciega con tres años, pero eso no le impidió asumir las labores de la casa y del campo. Es sorprendente ver con qué destreza camina como una grácil equilibrista por el borde de la acequia, cómo recoge las naranjas del árbol y señala el liño donde tiene plantadas las acelgas. Conoce su cortijo al milímetro y es normal porque su cortijo es el único lugar donde ha vivido.
Hipólita se casó pero no tuvo hijos. Conocí al matrimonio porque una vecina pidió cita para tramitarles la ley de dependencia y poder cobrar por atenderles, pero la gestión no salió como esta vecina esperaba porque el recurso que prescribí para Juan, marido de Hipólita, fue el servicio de ayuda a domicilio. Desde entonces la vecina me guarda un especial cariño.
El servicio de ayuda a domicilio ha funcionado a la perfección. La calidad de vida del matrimonio mejoró ostensiblemente. Hipólita y Juan siempre se negaron a valorar siquiera la posibilidad de ingreso residencial. Quizá por eso y gracias al vínculo con la auxiliar, muy intenso, aceptaron muchas mejoras en la vivienda, así que con estas mejoras y la atención de la auxiliar se consiguió una óptima permanencia en el medio. Todo marchaba estupendamente hasta que hace un mes Juan, un buen hombre y un marido entregado a Hipólita, falleció.
El mazazo emocional que Hipólita ha sufrido ha resultado de tal magnitud que ha aflorado un deterioro cognitivo hasta ahora inexistente. Los vecinos han dado la voz de alarma: Hipólita a veces dice cosas sin sentido y pregunta dónde está Juan. La auxiliar de SAD (que se ha mantenido por vía prestación básica) nos confirmó lo dicho por los vecinos, por lo que la semana pasada decidí hacer visita domiciliaria a Hipólita acompañada de mi compañero psicólogo, con el objetivo de contrastar lo expresado por el vecindario.
Durante el trayecto de quince kilómetros que separan mi centro del cortijo de Hipólita yo rezaba para que la información vecinal fuese incierta. Me agarraba como un clavo ardiendo a la posibilidad de que todo fuese una exageración, pero no. A medida que mi compañero iba pasando distintos test de demencia a Hipólita, las sospechas se confirmaron. Me invadió una mezcla de rabia y tristeza que me tuvo trastornada todo ese día, y es que no paraba de acordarme de los lagrimones del matrimonio, y especialmente de Hipólita cada vez que se les nombraba la palabra residencia.
Hipólita padece a todas luces una demencia, incipiente, pero demencia. No tiene a nadie que la pueda cuidar. Se supone que en una residencia estará mejor atendida. Hipólita, que lo más lejos que ha viajado en su vida es a Almería, Hipólita, que le aterra salir de casa, que no conoce más entorno que su cortijo. Hipólita, que necesita su huerto, sus perrillos, su poyo y su parral como el aire que respira ¿Cómo hacer? ¿Cuando es el momento de notificar al juzgado? ¿Y si sale y se desorienta y se pierde? ¿Y si notificamos al juzgado y a la semana se muere de pena en la residencia? ¿Cuando se está lo suficientemente demente? ¿Cuando es el momento exacto para iniciar trámites que finalizarán con la anulación de su capacidad de decidir? Supongo que lo deberá determinar el forense, pero escribir el informe al juzgado me aterra. Y ver a Hipólita entrando a una residencia me aterra todavía más. Qué mal ¡Qué rabia, joder!
PD. Este caso ha sido distorsionado hasta hacerlo irreconocible. Los datos expuestos no coinciden en ningún caso con la realidad.
4 Comentarios
Hola, Nieves, perdona la tardanza en contestar. Efectivamente, esa es la solución que hemos adoptado, por lo pronto va moderadamente bien. Muchas gracias por comentar.
Hola,Belén..Yo no puedo contestarte a las preguntas que planteas, pero otra alternativa podría ser la de alguien que tuviese necesidad de vivienda a la que no le importase cuidar de Hipólita, mientras el grado de deterioro lo permita?. La tutela la podría asumir alguna entidad, pero el cuidado de Hipólita, que es de lo que se trata, puede que ahya alguien dispuesto a asumirlo.
Un saludo y mucho ánimo!!!!
Sí, eso es así, el problema es que ella ve la residencia como una cárcel. Gracias por comentar. Saludos cordiales.
Son los eventos de los ciclos de vida, aunque son triste, ella estará cuidada hasta que se reuna con su esposo en un espacio donde el amor los hará jóvenes para continuar con el.