El otro día entré en el chino que hay cerca de la oficina. Necesitaba comprar tierra para las macetas. Pensé en aprovechar el viaje y cogí el saco más grande de la tienda. Vislumbraba la cola desde el lejano pasillo de jardinería, lo que no alcancé a ver es a una pareja en concreto. Me di cuenta de que eran ellos al aproximarme arrastrando, jadeante, el saco a la cola. Hacía dos meses la Junta de Andalucía les acababa de retirar cuatro menores. Joder, me dije al verlos. Aminoré el paso hasta quedar atrás porque no quería acercarme, especialmente cuando pude ver lo que llevaban.
Iban cargados de juguetes. Ella, eufórica, comentaba las compras realizadas a su marido, que permanecía callado. La conversación se oía perfectamente; deduje que iban a visitar a los niños al centro. Ella celebraba lo mucho que iba a gustarle al pequeño el camión que habían cogido. Insistía también en que la cajera debía envolver los paquetes, pues lo que más les gustaba a los niños era abrirlos. Me sentí fatal. Es más, pensé en colocar el saco en cualquier esquina y largarme de la tienda, pero iba a ser peor.
Cerca de la salida había, entre estanterías de peluches y figuras de Papá Noel, un pequeño expositor con llaveritos. La mujer se detuvo enfrente y los observó detenidamente. Entonces eligió uno y le dijo a su marido: nos lo llevamos porque cuando la niña sea más grande, le daremos llaves y podrá utilizarlo. Él se limitaba a asentir y yo, unos puestos más atrás, me limitaba a arrastrar el saco, mientras la cola avanzaba con una lentitud exasperante.
Por fin llegaron a la caja.
Ella se deshizo en explicaciones a la dependienta sobre los juguetes que habían comprado. Feliz, pedía que les envolvieran todos y cada uno de ellos, que eran, repetía, para sus niños. Su marido, que seguía sin decir palabra, sacó la cartera del bolsillo de atrás y tiró con desgana dos billetes de cincuenta euros al mostrador. Después, cargados de bolsas, se marcharon y yo, con el saco de tierra entre las piernas, los vi alejarse y me maldije por entrar en el chino esa mañana.
Estimada lectora:
Siempre pienso y me cuestiono si los hijos e hijas siempre están mejor con sus padres, que en un centro de acogida. Pero cuando veo a personas que han estado en centros de menores y acuden al despacho, les hago la siguiente pregunta: ¿ ha mejorado tu vida en el centro de menores, lejos de tus padres? y la respuesta ha sido: si, en el centro había orden, rutina, comida….
También digo…que las trabajadoras sociales hacemos lo imposible por dar fuerza y herramientas a los padres, cuando están heridos y no saben o no pueden cuidar a sus hijos y siempre, siempre el mensaje es el mismo: «nadie quiere hacer daño, solo reparar, a pesar del concepto de «quita niños que tenemos», siempre digo lo mismo: » la aptitud de los padres, la negligencia, las heridas invisibles son las que hacen que tengamos que actuar».
Por una infancia con amor
Gracias a la autora del blog.
Pasar bonitos dias
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Estimada lectora:
Siempre pienso y me cuestiono si los hijos e hijas siempre están mejor con sus padres, que en un centro de acogida. Pero cuando veo a personas que han estado en centros de menores y acuden al despacho, les hago la siguiente pregunta: ¿ ha mejorado tu vida en el centro de menores, lejos de tus padres? y la respuesta ha sido: si, en el centro había orden, rutina, comida….
También digo…que las trabajadoras sociales hacemos lo imposible por dar fuerza y herramientas a los padres, cuando están heridos y no saben o no pueden cuidar a sus hijos y siempre, siempre el mensaje es el mismo: «nadie quiere hacer daño, solo reparar, a pesar del concepto de «quita niños que tenemos», siempre digo lo mismo: » la aptitud de los padres, la negligencia, las heridas invisibles son las que hacen que tengamos que actuar».
Por una infancia con amor
Gracias a la autora del blog.
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