5 diferencias entre el trabajo social y los servicios sociales
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
15 de octubre de 2016 / 15 Comentarios
El blog de Belén Navarro
2 de diciembre de 2024 / 3 Comentarios
No me gustan los chivatos. Es mas, odio a los chivatos. En el colegio los castigábamos con severidad. Ante la más mínima sospecha delatora sobre algún asuntillo, actuábamos. El sector chungo de la clase amenazábamos con hacer la marca del chivato. Consistía en un latigazo en la cara con una ramilla del eucalipto que presidía el patio. Nunca hicimos ninguna marca del chivato, pero la ramilla se paseó amenazadora por el recreo en más de una ocasión. Constituía una eficaz herramienta disuasoria.
En sexto de EGB nos encantaba jugar a puño vaina, un juego entre dos equipos. Los miembros de uno de ellos se agachaban enganchados en fila, metiendo la cabeza entre las piernas del siguiente. Los del otro equipo tenían que saltar sentándose encima. Una vez que todos habían saltado colocándose sobre el equipo agachado, éste tenía que adivinar si el capitán del equipo jinete tenía el puño cerrado (puño) o la mano abierta (vaina). Si acertaba, pasaba a saltar y el otro equipo a agacharse.
Había jueza. Se llamaba la madre. Normalmente asumía el cargo una niña con miedo a jugar que se colocaba sentada sobre un banco para sujetar al primer insurrecto del equipo agachado. La madre era fundamental como árbitra, pero sobre todo para evitar que el primero de los agachados se escalabrase contra la pared o el banco con el impulso de los saltos del equipo contrario. Habíamos implementado nuestras propias medidas de prevención de riesgos escolares.
Un día estábamos jugando detrás del gimnasio y yo, que en aquellos entonces era un fideo (qué tiempos...), estaba entre las primeras del equipo saltador. En mi turno aterricé sobre Loli Bedmar, otro fideo, y a continuación cogió carrerilla mi compañera de equipo Mari Carmen Palmero. En un vuelo sin precedentes en el colegio público Diego Velázquez, Mari Carmen cayó encima de mí.
Loli Bedmar la pobre se rindió. Así denominábamos caer por no soportar el peso de los contrincantes, cosa que sucedía frecuentemente. La caída acabó en un revoltijo formado por Loli, Mari Carmen y yo que dio como resultado la fractura de mi clavícula derecha.
Estaba ultra prohibido jugar a puño vaina (ya ves tú qué tontería…) así que mis compañeros, temerosos del severo castigo del director don José aka El Coyote, idearon una coartada sin fisuras: Me llevaron a las escaleras del interior del colegio, buscaron el tramo más pequeño y me tiraron. Después de cerciorarse de que yo estaba convenientemente espachurrada en las escaleras llamaron al director. Confieso que los entresijos de la coartada no me fueron revelados hasta que volví del hospital Torrecárdenas con el brazo escayolado e inmovilizado. Confiaba en mi tribu.
Hago notar el detalle de que debía de llevar la clavícula fracturada porque antes de la segunda caída ya me dolía un horror. Pues no lloré hasta que me tiraron por las escaleras, aún ignorando los detalles concretos del elaborado plan. ¡Y mira que el trecho entre las traseras del gimnasio y la coartada era largo…! Todo eso hice para no ser tachada de chivata ¡Tenía una reputación escolar que mantener!
Para terminar esta bonita anécdota mencionaré que mi madre no sabe que fue jugando a puño vaina: Antes morir que irse de la lengua. Así éramos los niños de sexto del curso 1984-1985 del colegio público Diego Velázquez, en El Ejido (Almería). De aquellos polvos, estos lodos...
A día de hoy sigo experimentando la misma repulsión por los chivatos. Me molesta mucho que alguna profesional del centro que dirijo me venga con algún cuento de una compañera. De hecho no lo escucho a menos que esté dispuesta o dispuesto a contarlo delante de la persona objeto del chisme.
Los chivatos me desagradan, la cultura de la delación me aterra y la policía de balcón me asquea. Son prácticas propias de regímenes totalitarios —como el franquismo— que las llamadas democracias deberían desterrar o, al menos, reservarlas para asuntos muy concretos como la protección de menores. Por eso me ha escandalizado la implantación del llamado Buzón antifraude por parte de Lanbide, el servicio vasco de empleo. Es una iniciativa dirigida a la detección de fraude en la percepción de la RGI.
Debo confesar que además de escandalizarme me ha sorprendido la noticia viniendo de Euskadi. Sea como fuere, la implantación de estas medidas supone a mi juicio una grieta en nuestro sistema democrático. Por una parte dice Elisa Beni (refiriéndose a otra cuestión) que la democracia no puede respaldar ni aconsejar el uso de canales ajenos al Estado de derecho para solventar los problemas del individuo en la sociedad. Y yo añado: Mucho menos para perseguirlo.
Por otra parte el buzón de marras es una muestra más de la criminalización que sufren las personas empobrecidas. Recomiendo la lectura del artículo titulado La búsqueda de una legitimación social reaccionaria para un modelo de rentas mínimas condicionadas incapaz de acabar con la pobreza. Comparto un fragmento:
Hasta ahora, hemos escuchado críticas a Lanbide, desde dos puntos de vista: uno, que podemos considerar moral. Es una aberración puesto que sólo va a conseguir una estigmatización mucho más elevada que la ya existente, contra la gente más vulnerable y pobre de nuestra sociedad, que es la que necesita las prestaciones de RGI e IMV.
Se ha insistido, desde este ángulo de crítica, que quienes van a estar en la diana de las denuncias de fraude van a ser la gente inmigrante, las mujeres monomarentales, las personas jóvenes que comparten pisos, etc. Y también, se ha considerado denigrante que el PNV y el PSE-PSOE hayan tirado de una herramienta como esta que es típica de la derecha y de la extrema derecha.
Todo esto sin tener en cuenta que según la evidencia científica que sustenta el artículo de Sin permiso el fraude es ridículo. Y es que como siempre detrás de estas iniciativas no hay evidencia sino un juicio moral sobre los pobres.
¿Qué será lo próximo? Yo lo veo claro: Un buzón anti denuncias falsas por violencia machista ¿Por qué no? ¿Qué más da que el índice de denuncias falsas sea un cero mil cerocientos cero uno? El núcleo de la cuestión es que en el fondo somos todas unas guarras.
¡Chivatos del mundo, uníos! El anonimato os protege. ¿Qué más da, chivato, si es cierto o no lo que vas a delatar? ¿Y si te falta información? ¡Tú, adelante! A menos, eso sí, que hubieras querido irte de la lengua en el colegio público Diego Velázquez. Allí habrías visto pasear la ramilla de eucalipto en el patio a la hora del recreo. Los chungos éramos mayoría, querido delator, por eso en aquel colegio no había chivatos.
3 Comentarios
Gracias Belén, si, es un espanto!
Imagínate, con semejantes alforjas, ni hablar de una renta universal, INCONDICIONAL e incondicionada…
Un abrazo!
Gracias, Belén.
Coincido en tu sorpresa, pero parece que Lanbide está cayendo al «lado oscuro». ¿Has visto su última campaña apelando al «cumplimiento voluntario de obligaciones» para asegurar el derecho a la RGI?
Saludos.
¡No, no lo he visto! ¡Qué horror!