Esta no es una entrada sobre trabajo social

En alguna forma, al viajar en los libros, uno no deja de ser el mismo y sin embargo, se traslada a un lugar fronterizo entre la ficción y la realidad donde a menudo es más feliz que en su vida cotidiana. Yo descubrí que en los libros podía ser más feliz que en la vida. Y que mi forma de vida favorita era la que sucedía en los libros. Por ese motivo empecé a escribir. Pasar de ser lectora a ser escritora para mí fue algo tan natural (o antinatural) como atravesar un espejo…

Almudena Grandes

Esta no es una entrada sobre trabajo social ni sobre servicios sociales. Esta vez se trata de mí. En realidad en todas las entradas, de una forma u otra, hablo de mí, aunque esta vez es diferente. Esta vez me voy a permitir escribir sobre mí misma porque siento que tengo que cerrar un ciclo y escribir es el mejor modo de hacerlo.

Con la llegada de 2024 y la mudanza a mi nuevo hogar siento que por fin se cierra una dura etapa. Comenzó con la declaración del estado de alarma y a la pandemia le siguió en pocos meses un divorcio, un drástico cambio laboral y tres mudanzas a lo largo de tres años. En definitiva, por razones que no vienen al caso me tocó empezar de cero. Lo pasé mal. Francamente, lo pasé bastante mal. Los días mejores cumplía mis rutinas como una autómata, más por inercia que por voluntad. En los días peores no me reconocía frente al espejo. Afortunadamente el blog — como mi perro Lío, como mi familia y como mis amigos— , estuvo ahí.

Algunas semanas me costaba la vida sentarme frente al teclado para escribir la entrada. No tenía nada que decir. Siempre he tratado de alternar una voz personal con información útil, pero sentía que no encontraba ni lo uno ni lo otro. A pesar de ello continué escribiendo con obstinación. El blog me ha dado tanto que no podía dejarlo tirado. Gracias a él he conocido a profesionales increíbles de todo el país (algunas de ellas me estarán leyendo en estos momentos). He visitado lugares preciosos y he creado lazos con personas con las que jamás imaginé poder hacerlo. El blog ha sido tan generoso conmigo que no creo poder corresponderle ni con entradas como esta, que más que una entrada es una exposición personal.

Cuando escribes te expones. Al juicio de los demás y lo que es peor a tu propio sentido del ridículo. En mis formaciones sobre escritura dedico un espacio a luchar contra ese sentido del ridículo en forma de censor interno. Una voz implacable que no deja de decirte que lo que estás haciendo es una chorrada. Que lo dejes. Que no hay nada que decir. Es mentira. Hay que exponerse, hay que decir, hay que vivir, hay que sentir. Escribiendo, viviendo con intensidad, trabajando con pasión… Estoy convencida.

Yo, que soy una exhibicionista emocional, no pido que el resto de profesionales actúe igual. Cada cual trabaja con su propio estilo y así debe ser. Dicho esto también opino que un cierto grado de exposición (si queremos denominarlo así) no es tan malo ni tan peligroso. Como profesionales también somos vulnerables. Experimentamos sufrimiento con el dolor ajeno y tenemos días malos si hemos discutido con nuestra pareja o nuestra madre está enferma. Yo no lo anuncio, pero tampoco lo oculto. Y me ha ido bien. Ahora tampoco escondo donde vivo, cosa que por otra parte sería inútil tratándose de un pueblo.

Comparto con ilusión mi mudanza y la gente se alegra por mi. Eso es porque hay afecto y yo lo siento como un regalo. No creo que haya una expresión más pura de cariño que alegrarse por los éxitos de los demás, sean los que sean. Envidiemos menos y disfrutemos más, por favor. Vivamos el placer de comenzar un nuevo año, la intriga de ignorar lo que está por venir y la ilusión por descubrirlo. A mí me ha costado 51 años, un divorcio, tres mudanzas y un cambio laboral entender que solo se trata de eso, de vivir cada día. A veces alegre, a veces triste, otras, ni lo uno ni lo otro… no importa porque lo que sí importa es estar viva.

Feliz 2024.

Un abrazo.