Hacer preguntas no es fácil y nuestra profesión consiste, en gran medida, en hacer preguntas. De lo dicho se desprende, pues, que el trabajo social tampoco es fácil. Es por el contrario una compleja profesión, aunque últimamente gran parte de la clase política y ciertos activistas lo hayan olvidado, si es que alguna vez lo supieron. Difícil profesión en un pantanoso sistema público-privado-filantrópico de servicios sociales en el que algunas andamos metidas hasta el cuello. Pero mejor abandono el fango y retomo la senda de las preguntas que es lo que me trae aquí. Esta es una entrada dirigida a profesionales noveles.
Cuando comencé a trabajar una de las cosas que peor hacía era preguntar. Me daba corte. Creía que me inmiscuía en asuntos que no eran de mi incumbencia y prefería obtener menos información a riesgo de no emitir una valoración adecuada. Me daba vergüenza observar a compañeras que preguntaban con lo que yo entendía como cierto descaro, digámoslo así. Aún me cuesta mucho preguntar. Siempre peco por defecto. Por eso estoy atenta y pude acertar con la persona adecuada en el momento preciso. Se trata de una anciana a la que llamaremos María.
El otro día llegó María, con grandes problemas de movilidad, a la puerta del centro en taxi. Llovía mucho y me pilló volviendo del desayuno, así que la ayudé a subir a la oficina, y decidí atenderla a pesar de que no tenía cita ni era de mi zona, puesto que había llegado en taxi y no era plan. La metí en el despacho y me explicó que venía por un problema de la pensión que nada tiene que ver con mi competencia. Noté que olía mal y me extrañó porque venía arreglada. Tampoco me cuadró que viniese sola en taxi. Así que decidí preguntar, no sin antes solucionar el tema de la pensión a pesar de que no era cosa mía. Quería ganarme su confianza.
Comencé a tirar suavemente del hilo y la señora arrancó a hablar de buena gana. Venía sola porque no tiene absolutamente a nadie, su esposo murió y no tuvieron hijos. Volvió a casarse, ya mayor. Empezó a llorar. Entre lágrimas me dijo el primer marido te lo da dios, el segundo el diablo, qué te voy a contar hija mía. No es un hombre bueno. Observé que no quiso seguir hablando por lo que no seguí preguntando al respecto.
Me explicó que no puede hacer nada en casa y ni siquiera puede asearse ni el marido la ayuda, obviamente. Le informé acerca de la Ley de Dependencia y la solicitó. Le planteé teleasistencia y también aceptó. Hicimos todos los trámites en el momento y le pregunté que si le importaría que la visitara. Me dijo que no, que le gustaría. Quería ver cómo estaba la vivienda y conocer al marido. Fui días después al domicilio y, como suponía, la casa se encuentra en condiciones lamentables de mantenimiento y el marido efectivamente no era un hombre bueno.
María por fin está en el camino para ser atendida en sus necesidades. Yo me pregunto: ¿Nadie ha detectado esto anteriormente? ¿Cómo es posible? La respuesta es simple: Nadie se ha detenido a mirar más allá. Esta mujer con toda probabilidad ha sufrido diversas intervenciones-cajero, de las que hablaré en otro momento. Por mi parte no he hecho nada más que preguntar. Sólo preguntar. Es mi trabajo, es mi obligación porque, en palabras de María Jesús Brezmes, el profesional a diferencia del técnico tiene una mirada experta, está entrenado para ver más allá. Y en este caso solo había que ser profesional para ver. Y actuar.
Por ello, animo a la pregunta. Compañeras noveles, no os cortéis. Desde el respeto, en primer lugar. Las preguntas deben ser pertinentes, lo contrario de pertinente es impertinente, y algo de eso he visto también. Para evitarlo, la formación en segundo lugar, clave. Preguntar con calidez, en tercer y último lugar pero no menos importante. Muchas Marías os lo agradecerán. Y no desesperéis, que el curro aparece cuando menos se le espera ¡Que la fuerza os acompañe!
8 Comentarios
Belén Murillo Fernández ¡te cojo la palabra!
En Mérida nos vemos, tengo una ponencia con una compañera, y estás invitada a un café
También en otras provincias quieren poner animadores de primera atención…por pagar menos q al profesional del trabajo social y xq nuestro trabajo se piensan q lo hace cualquiera…
Yo me animo enseguida, pero ¡estamos muy lejos! y sin dedicarme en exclusiva a la formación es difícil. Nos vemos.
Preguntar es un arte, sí señor. En este sentido es muy importante la formación, no he querido detenerme en este aspecto, pero lo considero básico. Por cierto, a ver cuando te animas a bajar a formar a Andalucía (yo te publicito encantada), otro abrazo de vuelta.
¡Qué disparate! La primera atención es, como bien señalas, clave ¿Qué puedo decirte? Que os acompaño en el sentimiento, esto es para darse cabezazos. Un abrazo fuerte, tocaya, espero que podamos vernos en Mérida.
Manejar el arte de hacer preguntas estúpidas, desde una posición de ignorancia y curiosidad, es un magnífico instrumento para el Trabajo Social. Yo lo utilizo con frecuencia, procuro ser en este sentido lo más estúpido que puedo. Un abrazo.
Muy al hilo te diré que no sólo es para profesionales noveles, sino también para estos experimentos que ahora están de moda, al menos en Asturias, donde ponen a atender la primera entrevista sin cita a profesionales sin experiencia, y sin esa mirada, dado que sólo le dan importancia, los jefes, a la ayuditis, dejando de lado el trabajo social