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La radio-despertador me ha dado los buenos días con la noticia de que dos ancianos han fallecido en Canarias tras varios días sin comer ni beber
. La policía local y los bomberos acudieron al domicilio, alertados por la médica de cabecera y la trabajadora social del centro de salud, puesto que, según parece, no habían acudido a la cita semanal que tenían concertada. Dice el periódico que la esposa tenía graves problemas de movilidad y el esposo debió sufrir algún problema sanitario. Los encontraron a los dos acostados, juntos, entre vómitos. Ella estaba inconsciente y él apenas tuvo fuerzas para relatar lo ocurrido. Fallecieron al llegar al hospital.
Estoy sobrecogida desde que escuché la noticia. Es desgarrador imaginar como pudieron soportar el transcurrir de las horas, conscientes de que nadie iba a acudir en su ayuda. No tenían hijos ni apoyos externos, y si los apoyos existían, eran puntuales puesto que nadie se percató de lo que estaba sucediendo. Tampoco tenían teléfono. Solo podían esperar. Esperar ayuda o esperar la muerte, juntos.
¿Cómo pudo suceder algo así? Se entiende que esta pareja de ancianos no contaba con ningún apoyo familiar ni vecinal. Es posible que se tratase de dos personas con aversión a la relación social, pero la realidad es que no había nadie que se preocupase por ellos o que al menos pasase por la vivienda a echarles un ojo, una costumbre habitual entre vecinos, al menos en los pueblos, al menos en el mío. Una costumbre maravillosa, signo de un tejido social denso, de una comunidad unida por los lazos del apoyo y la solidaridad. Una costumbre, como digo, todavía vigente en el ámbito rural. Si residían en una ciudad, la cosa está clara: nadie conoce a nadie por lo que nadie echa un ojo a nadie.
Tampoco parece que estuviesen apoyados por recursos profesionales. No tenían teléfono fijo (eso ha dicho la radio), por lo que no pudieron hacer algo tan sencillo como pulsar el botón de teleasistencia, un recurso que, literalmente, salva vidas. Por desgracia, cada vez hay más personas mayores que anulan su línea telefónica por no poder asumir el coste. No sé si sería el caso, pero la realidad es que cada vez hay menos teléfonos fijos y cada vez hay menos terminales de teleasistencia de carácter público. Un servicio, el de teleasistencia, que debería tener un carácter eminentemente preventivo y extensivo al conjunto de población mayor que reside sola o con otras personas mayores.
Si hubiesen sido usuarios del servicio de ayuda a domicilio, la auxiliar se habría percatado de que algo no marchaba bien si no podía acceder al domicilio. Yo soy bastante reacia a prescribir servicios de ayuda a domicilio que no se realicen diariamente precisamente por esta razón. La auxiliar de ayuda a domicilio es un pilar de apoyo básico para personas mayores que residen en casa y ellas, al igual que el servicio de teleasistencia, también salvan vidas, además de garantizar la permanencia en el medio, la autonomía personal y, lo más importante, hacer la vida mejor a quienes atienden.
Pero ningún recurso se activó. Nunca sabremos si la muerte de estas dos personas fue causada por las políticas criminales que rescatan bancos sin ningún pudor, escudándose en inescrutables y mentirosos dogmas económicos y condenan a la población a la pobreza y la exclusión, si fue causada por una sociedad insolidaria, compuesta por hombres y mujeres que apartamos la mirada del bulto de cartones bajo el que se esconde otro hombre, otra mujer, o si, en definitiva, entre todos los matamos y ellos solos se murieron.
Solo hay una cosa clara en este trágico suceso. La policía y los bomberos acudieron porque dos funcionarias públicas, una médica de cabecera y una trabajadora social tuvieron la sensibilidad de reparar en que estas dos personas no habían acudido a la cita programada y se preocuparon de poner en marcha los dispositivos oportunos para averiguar si algo pasaba, aunque no era parte de las responsabilidades profesionales ni de la una ni de la otra . Dos funcionarias que hicieron lo que humanamente pudieron. Dos funcionarias, entre las miles que diariamente dan lecciones de dignidad a un gobierno indigno.
Un gobierno indigno que, mientras recorta en derechos básicos para la ciudadanía, se permite poner a los pies de los caballos a las mujeres y hombres que formamos el cuerpo de empleados públicos un día sí y el otro también. Un gobierno indigno,
el que soportamos en este país, porque está
formado por mujeres y hombres indignos. Desde el jergón en el que
insinuáis
que dormito siete horas y media diarias, yo, funcionaria, os maldigo.
4 Comentarios
¡Gracias Eladio!
Me parece terrible, tu entrada se entiende perfectamente Belén. En realidad es una defensa de un sistema público y fuerte de Servicios Sociales, que incluya la atención a las personas más vulnerables.
El año pasado escribí una entrada similar motivado también por una noticia que leí, es imposible no revolverse un poco por dentro. Gracias por tu contundencia. Yo también les maldigo. Y a tí te envío un abrazo grande!!
Sí, lo entiendo, por eso yo me decidí a escribir sobre el asunto. La entrada no pretende ser un cuestionamiento de los servicios sociales del lugar, que seguro tienen una explicación para lo sucedido (como normalmente me ocurre a mí), es una denuncia hacia una sociedad en la que ocurren estas cosas.
Joder, Belen… Este tipo de noticias me dejan encogida el alma…