A medida que voy cumpliendo años voy notando como la nostalgia se cuela, la muy puñetera, en mi ánimo cada vez con más frecuencia y no sé si analizar esto como un signo de madurez o simplemente de viejunismo. Viejuno. Curiosa palabra. Por si a alguien aún no le había quedado claro que para esta sociedad posmoderna, neoliberal y, en definitiva, inhumana, la vejez es un asco, rebautizamos lo cateto como viejuno. Pues sí.
A mí, en cambio, me va lo viejuno. Como persona, me gusta cumplir años y acumular recuerdos, cachivaches, experiencias y amigos. Me reconforta pensar que tengo amigas desde hace 20 años y recuerdos desde hace 35. Durante la mudanza de mis padres, encontré algunas libretas mías y me costaba reconocerme en sus páginas, pero esa yo no era más yo que la yo que soy ahora, ni ahora soy más yo que la yo que seré, en el presente un yo con 42 años, un ligero sobrepeso y la cabeza llena de canas, literalmente; tantas canas se han apoderado de mi cabeza que tendría el pelo blanco si no fuera por mi querido Lóreal y su castaño oscuro 35. Bienvenidas sean ellas a pesar del tormento que me dan porque forman parte de mí y sobre todo porque no puedo echarlas, al igual que ocurre con los kilos de más, aunque eliminarlos forme parte de la tradicional lista de propósitos para el nuevo año.
Como política sin cargo institucional pero con cargos (que son cargas) orgánicos, asumo que milito en una organización política joven, Izquierda Unida, hija a su vez del viejuno Partido Comunista, partido que ha imbuido a la organización de ideas viejunas tales como la lucha de clases, la socialización de los medios de producción, la organización colectiva frente al ciudadanismo y la protección del estado frente al poder del mercado y esa libertad que dicen que otorga a los individuos. Una organización, Izquierda Unida, que hoy es un cayuco azotado por los vientos alisios, atiborrado de mujeres y hombres que no tienen nada (a pesar de lo que algunos creen), que viajan con la certeza de que muy posiblemente no llegarán a la orilla, pero con la determinación de que el proyecto vital que han imaginado merece el riesgo.
Como trabajadora social, mi interés por las personas mayores va en aumento. Como a casi cualquier trabajadora social recién graduada, de joven me horrorizaba el colectivo de personas mayores porque me parecían deprimentes. No los entendía porque los observaba con una mirada muy prejuiciosa. Hoy interacciono con cada persona mayor teniendo en cuenta que es única y que, al igual que yo, carga con su propia mochila existencial, en su caso, más pesada que la mía. Por contra, me cuesta horrores observar y trabajar la complejidad de las personas adolescentes, que la tienen, porque su ruido a veces me resulta estridente, a pesar de que me recuerda mucho al mío cuando tuve esa edad.
Y además me gusta la Navidad. Según parece, ahora lo mainstream, sobre todo si eres un moderno gafapasta-hipster o algo así, es que no te guste la Navidad (aunque aproveches para pedir el iphone 6). Pues mira, a mí no me gustan las barbas y el postureo hipster y me encanta la Navidad. Quizá porque en mi casa siempre se celebró como un reencuentro familiar. Además, mi hermana y mi madre se esforzaban por hacer de la Navidad un momento especial en la casa, aunque la economía familiar no acompañara. Los Reyes Magos siempre venían cargados de regalos, fuese ropita para las muñecas cosida por mi madre, sacapuntas y gomas con forma de animales o muñecas de marca desconocida, como mi Estornudín. Mi Estornudín... ¡qué momento! él y yo, toreros, en plena calle frente a la invasión Nenuca que ese año aterrizó en el barrio. Daba igual. Mi hermana mayor se había encargado de convencerme que los Nenucos eran un rollo y eso iba a misa.
Estos recuerdos que la nostalgia se empeña en sacar a colación son los que han hecho de mí la que soy. Una viejuna de 42 años que esta noche celebrará la nochebuena con su familia, acordándome de mi tita Mercedes, cuyas fiestas de nochebuena han pasado a la historia, mis desaparecidos abuelos, sobre todo mi abuelo Gabriel, y degustando los ricos y viejunos langostinos que mi cuñado prepara porque, a pesar de lo que diga
El Comidista, yo se los pediré todas las nochebuenas y él, diligente, los preparará mientras en voz alta nos recuerda la receta aunque todos nos la sabemos de memoria.
La música africana es heterogénea y riquísima, como el propio
continente pero hay países como Malí, Senegal o Costa de Marfil,
en el que nacen genios como Dobet Gnahore, cantante marfileña
que me ha cautivado tanto que lo ofrezco como regalo de navidad.
Espero que su música os guste tanto como a mí.
5 Comentarios
Ay, que no había leído este comentario. Guapa, más que guapa!! Dudas disipadas jejeje… abrazotes!!!
No me gustan las LARGAS barbas, la tuya es sexy y alternativa. Espero haber disipado tus dudas. Otro abrazo de vuelta…
¿No te gustan las barbas? Belén, de verdad, después de lo de Almodóvar, que aún no tengo superado y han pasado muchos meses, con esto ya me hundes… pero te prometo que me encanta la navidad, y los reencuentros familiares, y lo viejuno también y seguro que los langostinos de tu cuñado están de muerte!! Eso sí, si hace falta… estoy dispuesto a afeitarme!!!!
Por cierto, comparto al cien por cien tu reflexión sobre las personas mayores, tampoco yo me veía trabajando con ellos y sin embargo ahora, soy feliz haciéndolo.
Abrazotes!!!!!
Efectivamente lo viejuno está más en el coco que en el cuerpo ¡gracias por comentar! ¡Salud y república!
¡Buenas tardes camarada!
Me ha encantado tu artículo, tampoco me gustan los "hipster" que odian la Navidad…Entiendo perfectamente que, como nos pasa a los que no pasamos por la Iglesia ni en los entierros, estas fechas son el encuentro con la familia y los amigos.
Respecto a lo de viejunos, pienso que la edad viene en las ganas de vivir y de dar guerra en este mundo. Conozco gente de 20 años que es un muermo literal.
¡Un saludo y muchas gracias por tus letras!