El otro día recibí una llamada del Juzgado, en la que me informaban de que, tras el examen del forense, Pedro, un anciano con graves problemas de demencia, iba a ser ingresado en residencia por orden del juez. Asimismo, me ordenaba a mí acompañar a las fuerzas del orden en el transporte de Pedro desde el juzgado hasta la residencia. Pedí a un compañero, que no ha trabajado el caso, que viniese por si Pedro se negaba a hablar conmigo si es que era necesario.
Este caso ha sido abordado en las entradas
No es Andalucía para viejos y
Algunos casos de riesgo en personas mayores, con la denominación Fast and Furious. La cuestión es que llevábamos mucho tiempo detrás del juzgado para que se pronunciara con respecto al penoso estado de este hombre: los vecinos estaban muy alarmados por el olor que su casa desprendía, la policía local lo había tenido que llevar a su domicilio en las numerosas ocasiones en que éste se había perdido, una sobrina había venido varias a veces a comunicarnos que su tío se encontraba en una situación lamentable pero no quería recibir su ayuda, el alcalde y la concejal nos habían mostrado su preocupación por el caso en varias reuniones... Todo el mundo, en definitiva, estaba muy pendiente de la problemática de Pedro.
Al recibir la noticia del juzgado me puse muy contenta. Este es uno de los casos que te quitan el sueño hasta que se resuelve de alguna manera; temía llegar cualquier mañana al trabajo y enterarme de que Pedro había sido atropellado por un coche la noche anterior. Era probable que eso ocurriese porque Pedro se pasaba las noches deambulando cerca de una carretera con mucho tráfico. Incluso un día, este compañero que me acompañaba tuvo que dar un volantazo para no atropellarlo.
En el juzgado, vimos a Pedro sentado en una silla a la que le habían colocado un plástico, tal era el estado higiénico en que Pedro se encontraba. Estaba tranquilo. Los funcionarios del juzgado cuchicheaban y él miraba a su alrededor sin comprender lo que estaba pasando. Miré a Pedro, sentado en la silla con el plástico, sucio, solo, desorientado y comencé a experimentar una mala sensación, por lo que opté por marcharme de la sala sin mediar palabra.
La policía sacó a Pedro y éste no opuso resistencia. Ojalá lo hubiese hecho. Tras infinitas entrevistas en las que Pedro siempre mantenía una actitud hostil, su mansedumbre, lejos de tranquilizarme, me causó una terrible desazón. Vi como lo subían en el coche policial desde mi propio coche, sin atreverme siquiera a ser vista. Me sentí terriblemente avergonzada, traidora, estúpida por no haber sido capaz de tocar el resorte adecuado en su cabeza que impidiese su encierro o, al menos, que me hubiese permitido una intervención menos coercitiva.
Llegamos a la residencia antes que la policía, que no tuvo otra ocurrencia que hacer sonar el claxon repetidamente para que les abrieran la puerta a la mayor brevedad (no entiendo a qué esas prisas). Bajaron a Pedro. Se quedó parado, sin saber qué hacer, hasta que una de las auxiliares de enfermería lo condujo hacia el interior. Yo continuaba observando la escena, furtiva, desde mi coche. Al entrar Pedro en la residencia, reuní fuerzas para hacer lo propio y explicar a la trabajadora social de allí algunos aspectos relativos a su situación que me parecían importantes. Pedro estaba parado en el pasillo de acceso a los despachos mientras las auxiliares preparaban el baño. Pasé por su lado y él no me reconoció, pero bajé la cabeza porque no me sentí con fuerzas para mirarle a la cara. Le comenté a la compañera cuatro detalles y nos marchamos rápidamente.
Llegamos al centro y todos preguntaron cómo había ido. El equipo estaba contento porque, por fin, este hombre estaría atendido. Habíamos hecho todo lo humanamente posible hasta llegar hasta aquí, pero la pena y la impotencia no me dejaban alegrarme por el ingreso; aún se me hace un nudo en el estómago al recordar a Pedro parado en la puerta de la residencia. La intervención, dice todo el mundo, ha sido un éxito.
Habrá sido un éxito pero no sé cómo sacarme de dentro la sensación de fracaso.
Hasta la semana que viene.
16 Comentarios
Mil gracias!!
Belen, lo primero felicitarte por tu blog, me encanta leerlo y pienso que plasmas todas las sensaciones que vives y todos los dilemas a los que se enfrenta una trabajadora social con una delicadeza tremendamente humana. Mucho ánimo!!! Tu labor es estupenda y por lo que se lee por aqui tu interior también. Un saludo!!!
Bueno, para situaciones las que tendréis que vivir vosotros, alguna me sé y vaya tela… Gracias por tus palabras y comparto ese solecillo almeriense tan bueno contigo…
Se me ha cortado el cuerpo. Este tipo de experiencias agridulces creo que nos hace más fuertes… Te ha salido desde las entrañas y se nota porque lo has transmitido tal cual! Ten en cuenta que has intendado hacer lo que en conciencia era mejor para ese usuario…
Animo, porque la verdad que este tipo de situaciones a mí personalmente me dejan bastante tocado durante algunos días… Saludos y mucho solecito…
Uff, trabajar en urgencias sociales, eso sí que debe ser heavy. Muchas gracias por comentar, ¡me alegra que te guste el blog!
Cuanta verdad en tú entrada Belen. Yo he trabajado en un equipo de urgencias sociales unos años, equipo a pie de calle, y no sabes cuantas madrugadas he tenido que tomar decisiones inmediatas que van a determinar la intervención de los SS.SS de base. Y como esa sensación que te invade cuando piensas que hubieras podido hacer algo más, que si esa noche hubieras hablado, hubieras buscado, hubieras mediado… aunque acabes aceptándolo como parte del trabajo ese pellizquito no desaparece.
Me parece un blog magnifico…un gran descubrimiento
Saludos
Gracias a tí por comentar…
Terrible algunas veces nuestro trabajo,me he acordado de varias situaciones en las que esos sentimientos que cuentas son los vividos ….en fin compañera ánimo y a seguir ,gracias por compartir…
¡Gracias! Estas cosas pasan a menudo, por desgracia, creo que a todos los que estamos en atención primaria nos ha pasado alguna vez. Un abrazo
Ufff… me has emocionado y hasta se me ha saltado alguna lagrima (estoy yo muy sensible últimamente jejeje). Es brutal lo que cuentas y como lo cuentas. Se nota el sentimiento profundo detrás de cada palabra e imagen que nos has relatado.
Mucho ánimo 😉
Ambivalencia es la palabra… Otro para tí
Sí, la verdad, es que son situaciones muy similares ¡gracias por tu comentario!
Este sentimiento es común a la mayoría de TS en estos casos ¡gracias por comentar!
Esta es la ambivalencia de nuestro quehacer, hay momentos en que se activan ciertos resortes que van mas alla del esquema de funcionamiento teorico-practico. Belen, en este y otros casos (menores, violencia, etc) se producen a menudo, almenos a mi, toda una suerte de girones de tripas. Un saludo desde el sentimiento compartido.
Las emociones de los profesionales en la intervención social… tan importantes como frecuentemente descuidadas. Me recuerdan tus emociones en este caso a las que sentimos, por ejemplo, cuando unos menores han de ser protegidos fuera de su ámbito familiar. Protección y fracaso, cuidados y dolor, éxito y derrota… Buena entrada.
Ánimo Belén. Sintiéndote así solo demuestras que debajo de esa gran profesional vive una persona de gran calidad humana, que se exige a sí misma coherencia y compromiso social. Un abrazo.